Sobre feministas bien vestidas, o bien desvestidas.

Ahora resulta que para ser feminista una debe de renunciar a la femineidad.

No le pasa nada más a Emma Watson, en el inconsciente colectivo, las feministas mexicanas deben vestir con blusas bordadas, faldas amplias hasta los tobillos, pantalones holgados, mezclilla, collares de cuentas o chaquiras, aretes largos y no peinarse ni maquillarse. Y aunque no haya nada más ridículo, ese parece ser el uniforme dado a las feministas tanto por hombres como por muchas mujeres. Lo mismo les sucede a los hombres que apoyan el feminismo quienes entonces deben ser o parecer homosexuales.

Cuando una mujer con traje sastre, medias, tacones, maquillaje y laborando en una empresa, manifiesta su afiliación al feminismo, se le menosprecia. Tal parece que la posición social o la forma de vestir determinasen las creencias de las personas. No por nada está el refrán de: “Cómo te ven te tratan” y no hay nada más discriminador que una frase así. Esa idea nos regresa a los estereotipos mediáticos y a la violencia pasiva ejercida por la sociedad ante la libertad de vestir como a uno le dé la gana.

Esa idea es mucho más fuerte cuando la dama en cuestión decide mostrar su cuerpo:

¡Ave María purísima! Ya la chupó el diablo.

Por supuesto, en una sociedad cuyos hombres compran cuerpos femeninos, esa es la impresión. Las feministas están encasilladas como feas para contener los síntomas y evitar su reproducción. El mensaje es que una mujer no puede dedicarse a la pornografía o al modelaje y defender al mismo tiempo la equidad de género. Lo grave es ver cómo las mismas mujeres defienden esta postura. Pero no solo se queda en el nudismo, sexo servicio, modelaje o vida monástica, ya que, condicionar a las niñas a alejarse del feminismo si quieren verse atractivas, las aleja de la posibilidad de encontrar la realización fuera del matrimonio o la maternidad.

Se sigue culpando a la mujer de las agresiones que sufre basándose tan solo en el cómo se ve. De esa forma se disculpan los hombres de violaciones y acoso, se lee entre líneas que, si te vistes de cierta forma, firmas un consentimiento donde dice con claridad: “Yo me lo busqué”.

La híper-sexualidad de las mujeres no debería ser un problema per sé, no obstante, el estigma es igual de real que el de la feminista con blusa indígena. Digo, se les denomina como: “provocativas” primero que femeninas, atractivas o guapas. Estamos dispuestos a creerle a Rigoberta Menchú como feminista, pero no a Beyonce.

El camino a la equidad se ve muy lejos, en muchos países la lucha está en pañales, en muchos otros, ni siquiera existe. Por cada nación trabajando en equilibrar los sueldos entre sexos, existen varias luchando por el reconocimiento de la mujer como ser humano, lugares donde la mutilación genital es tan común como cortarse el cabello, sitios cuyas leyes no protegen a las niñas del infanticidio, de los matrimonios infantiles, donde se prohíbe la anticoncepción, el poder salir solas a la calle, el derecho a ir a la escuela y la lista es larga y dolorosa. Sin ir más lejos, yo conozco mujeres con estudios universitarios que deben pedir permiso a sus esposos para salir, o para comprar tal o cual atuendo. Es inaudito y me duele no poder ayudarlas a poner un alto a esa situación.

Todo lo anterior es, en parte, resultado de seguir encasillando a la gente bajo el: “Como te ven te tratan”. Se puede ser feminista de minifalda, vestido largo, de bigote, botas vaqueras y sombrero, de hábito, de sotana o como decida la gente vestirse para apoyar las causas en las que cree.

La verdad es de quien se la crea.

A los humanos nos da por decir mentiras, nos embrollamos en cuentos sin sentido, al grado de llegar a creer nuestros propios embustes. Tenemos incluso la categoría de las: “Mentiritas” o las “Mentirijillas blancas” para pre-excusarnos de no decir la verdad. Los niños, para variar, son nuestras víctimas por excelencia, suponemos que nuestra autoridad como adultos nos permite mentirles a los chicos “por su bien”. Pues bueno, no es de extrañar que esos niños, a su vez, mientan.

El engaño se da a todos los niveles, en nuestro hermoso México aceptamos la mentira casi como condición para la interacción social, somos capaces de entablar una conversación basada en algo falso, aun si los interlocutores saben de la farsa.

Las altas esferas del poder, de cualquier poder, hacen uso de la mentira como moneda de cambio. Difícilmente creemos en las promesas de campaña de nadie (sea en la tierra como en el cielo) y votamos con la certeza de que habrá trampa, al grado que no aceptar una victoria legítima y ni se diga una derrota.

Es un escenario común a la mayoría de los países en desarrollo, en especial aquellos quienes han caído víctimas de los gobiernos populistas con próceres inmortales (e inmorales). O como nosotros que hemos sido gobernados por partidos políticos jugando al juego de las sillas y rotándose los puestos desde la Revolución. El sistema no nos funciona, descalificar se ha vuelto mucho más fácil que valorar, primero vamos a creer en las malas intenciones y luego en las buenas. Latinoamérica cojea de ese pie desde hace siglos, la democracia parecía ser cosa nada más de los países desarrollados; hasta que llegó Donald Trump.

Los Estados Unidos es una de las naciones más arrogantes del mundo, ellos viven su papel de líderes mundiales al pie de la letra y aunque también hay un sinnúmero de errores y mentiras, existe la voluntad de hacer las cosas bien. Desafortunadamente, eso les ha salido muy mal. Es la única forma de explicar la llegada de un populista ignorante a la Casa Blanca. El pueblo se está desquitando del partido demócrata, quien no supo resolver los problemas de millones a quienes no les ha beneficiado el modelo económico. Ellos tampoco creen en sus políticos y sus discursos, pero en el frenesí del cambio acabaron eligiendo la peor versión de ellos mismos.

Este hombre ha vivido de la mentira toda su vida, a sus casi 70 años sigue siendo el bully de la escuela y sus compinches lo apoyan a muerte, van a defender hasta sus mentiras más absurdas. La derrota de la verdad, en un país que se suponía era el estandarte de la misma, nos va a pegar a todos; con todo respeto, no es lo mismo ver hundirse a Venezuela o a Cuba que a estos vecinos norteños, ellos aún son una potencia mundial y si le sumamos al otro orate norcoreano, nos podemos ver envueltos en un conflicto bélico y económico catastrófico. Nos caiga bien o nos caiga mal, algunas naciones sirven de réferis y mantienen cierta diplomacia en la mesa. Estamos a nada de ver a esas fuerzas de cohesión hacerse pedazos; si nuestros difuntos abuelos supieran que ahora Alemania es de los países con las voces más congruentes del mundo, se vuelven a morir.

Como mexicanos y latinos no nos queda más que evolucionar y llenar los espacios dejados por esas naciones. Es imperioso acabar con la impunidad y la corrupción, de ese modo podremos empezar a creer en nosotros mismos, convertirnos en la voz de la experiencia y colchón para el primer mundo que se nos desmaya.

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Violencia generalizada.

Tenemos mal entendida la frase popular: “Se hace la víctima”. Cuando se usa parece referir una conducta de vulnerabilidad simulada con el fin de obtener una ganancia. En esa premisa, la víctima solamente está actuando, exagerando su realidad para parecer indefensa. Desafortunadamente, eso ha sido usado por gente sin escrúpulos para explotar a sectores de la población quienes realmente se encuentran en situación vulnerable y son víctimas reales, o personas quienes sí se hacen pasar por víctimas y sacan algún tipo de beneficio.

Una víctima no elige su condición ni saca provecho de ella, minimizarla es una forma de normalizar la violencia; por ejemplo, cuando una mujer sufre abuso sexual por parte de su pareja es frecuente observar cómo se descalifica la agresión arguyendo que: la mujer se lo buscó, no tiene de qué quejarse porque la mantienen, así son los hombres e incluso, que en realidad le gustó y sólo busca evitar ser juzgada por su conducta sexual (“Bien que le gusta, pero ahí anda de chillona”).

Ahora bien, sí hay personas viviendo el rol de víctimas. En ellas se perpetúan conductas que derivan en malas decisiones. Es gente a quien “todo le sale mal” o “tiene al mundo en su contra”, hablamos de un problema conductual, no de aquellos quienes padecen algún trastorno mental que les haga más difícil su interacción social, personal y laboral. A estos pacientes se les puede ver inmersos en relaciones de abuso a consecuencia de su enfermedad o cometer abusos derivados de esta misma condición.

El común denominador que yo encuentro en todos los casos descritos, es que se debe atacar el origen del problema para solucionar la situación de la víctima. Es imperioso dejar de justificar los actos violentos. Las evidencias apuntan, de manera muy clara, a las graves consecuencias derivadas de las conductas agresivas, por ello, se debe trabajar en la erradicación de todo tipo de violencia. La sociedad perdona y alienta maltratos y abusos en distintas áreas, siendo el núcleo familiar donde más ejemplos podemos encontrar de ello.

Los gobiernos también tienen enormes cantidades de acciones violentas contra otros países y contra su propia gente. Una nación en pro de la guerra obtiene ganancias territoriales, venta de armamento, recursos naturales y posicionamiento político.

El fervor bélico de los humanos ha glorificado actos terribles llenándolos de héroes, batallas memorables y premia a quienes sirven a la patria en su defensa. De esa forma ocultan las atrocidades cometidas por esos mismos héroes. Ahora es común enterarnos de actos de nobleza por parte de los soldados cuando rescatan a algún perro o gato de los campos de batalla y, sin menospreciarlos, esos mismos soldados siguen órdenes para acabar con las vidas de seres humanos a quienes no les dan ni un ápice de esa compasión. En el asunto de las guerras todos tenemos las manos sucias de una forma u otra.

Etiquetar a alguien como enemigo, simplifica la justificación de actos violentos en su contra y se gana cuando se le destruye. Pero, si se llevan estos mismos comportamientos al seno de la familia, entender la ganancia de un hombre que golpea a su mujer y a sus hijos es más complejo. Para tratar de comprenderlo debemos profundizar más en la lucha del poder. Un hombre violento obtiene poder en la medida que dicha violencia aumenta, ese poder es un reforzamiento positivo porque al final, obtiene lo que desea de su familia y se hace de una reputación con sus amigos. Ese ejercicio indebido del poder normalmente se da en cadena, el todopoderoso es prácticamente inexistente, y hablando de todopoderosos, nadie tan violento como los dioses de la religión que se les ocurra.

La línea de agresión en la familia se hereda de padres a hijos y aunque es más común tener hombres violentos en casa, las mujeres también pueden agredir a sus hijos o a sus parejas con la misma vehemencia. La violencia en la familia se mantiene a sí misma, quienes son víctimas repiten el patrón al formar otros núcleos familiares o bien, se convierten en los agresores. Ahí también encontramos el nacimiento de muchos de los casos de abuso escolar.

Como especie hemos sido portadores de violencia a todos los seres vivos y al planeta mismo. Los actos de crueldad contra los animales van desde la maldad pura, hasta la experimentación en pro de la ciencia. La contaminación y explotación de los recursos de la Tierra va más allá de poder de recuperación de la misma.

Debemos darnos cuenta como todos esos actos son variantes de conductas violentas, el desequilibrio es ya muy importante, tanto que la posibilidad de una vida digna para millones de seres vivos en el mundo es inalcanzable en el mediano plazo; sobre todo porque para conseguirlo, quienes lo tienen todo deben renunciar a sus excesos para redefinir el concepto de bienestar y redistribuirlo.

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La vida después de que se tira del gatillo.

Como padres de familia hay gran impotencia cuando nuestros hijos se ven envueltos en hechos violentos. Uno no desea verlos sufrir y mucho menos si se trata de un ataque como el vivido en la escuela de Monterrey o los cientos ocurridos en escuelas del vecino país del norte. El solo pensar en la posibilidad de que nuestros hijos pudieran morir o salir lastimados físicamente es una de las pesadillas de todos quienes somos padres.

Pero otra pesadilla, tal vez peor, es enterarnos de que fue uno de nuestros hijos o hijas quien llevó a cabo un acto de esa naturaleza.

Pensar que nuestro hijo es “malo” no viene en la programación diaria de nadie. Uno los educa de la mejor forma posible y dudo muchísimo que existan casos en donde los padres busquen, de forma consciente, tener un hijo capaz de matar a sus semejantes o de hacerse daño a sí mismos. El hecho es que sucede y enfrentarlo no es sencillo.

Es común para muchos progenitores ser llamados a la escuela porque el hijo o la hija acosa a los compañeros. Así ha sido desde hace siglos, la lucha de poder no tiene fecha de caducidad. La negación en los padres del agresor puede variar: “Mi hijo es incapaz”, “Sólo se estaba defendiendo”, “Así son los niños”, “¿Verdad que nada más estaban jugando?” Cuando los padres aceptan el hecho muchas veces no son capaces de poner un remedio y tan sólo una pequeña minoría consigue detener y corregir la conducta de forma adecuada; esto es sin recurrir a la violencia en casa.

Las cosas cambian cuando los hechos son de naturaleza criminal, o sea, susceptibles de ser juzgados por la ley, ahí no hay defensa que valga ni tolerancia por parte de la comunidad. Una vez realizado, la vida de víctimas y perpetradores cambia para siempre.

Los padres serán juzgados y declarados culpables por la mayor parte de la opinión pública; sea por una agresión a otros o una agresión personal, como en el caso del suicidio. Se pondrán en tela de juicio sus valores, la educación que dieron a su familia, sus antecedentes, gustos y así hasta las más mínimas faltas. Esto sucede por la dificultad de entender un ataque violento, la gente busca respuestas de forma inmediata para enterarse del porqué, pero más importante, para alejarse del espectro de la culpa y del escrutinio. En el fondo todos encontramos similitudes en la familia del agresor y tenemos miedo de que otros las encuentren también. No se puede culpar por ello a las personas, sin embargo, para los involucrados sólo complica la ya de por sí, imposible situación por la cual atraviesan.

Tuve el infortunio de ser partícipe de una de estas crisis escolares y les compartiré cómo viví esa situación como madre.

Un joven muy querido por la comunidad escolar y en particular por mi familia, intentó quitarse la vida en la prepa donde estudiaba una de mis hijas. Ella fue testigo de cómo lo sacaron en camilla del salón totalmente ensangrentado justo cuando sus padres llegaban al colegio a enterarse de lo sucedido. A mí me llamó por teléfono y nada más me dijo que las clases se habían suspendido y me pidió ir por ella a casa de un compañero. Cuando iba de camino, recibí una llamada de una amiga para preguntarme si mi hija estaba bien y de si ya me había enterado de la balacera en su escuela. Recuerdo con claridad el escalofrío en todo el cuerpo y la confusión, ¿cómo que una balacera?, si yo justo acababa de hablar con mi hija y no me dijo nada. Colgué con mi amiga y le llame a su celular (en esa época no era tan glamoroso como hoy en día y dudé que me fuera a responder), cuando contestó le pregunté lo que en realidad había pasado y sólo me pudo decir el nombre de su amigo involucrado.

Llegué por ella, la encontré en estado de shock, entre ella y un amigo me pudieron decir el nombre del hospital donde se encontraba y nos fuimos para allá.

Con muy pocos detalles entramos y me encontré con la mamá de este chico; nos dimos un abrazo en el que yo traté de hacerle sentir mi cariño y comprensión, pero nada más la sentí deshacerse de dolor.

En la sala de espera del muy escueto y rudimentario hospital, nos encontramos sentados en dos grupos; de un lado los compañeros de la escuela y por otro lado las mamás y papás. Lo único que supimos en ese momento fue que el chico había intentado suicidarse en un salón vacío, se disparó en la boca con una pistola calibre .45mm y estaba en el quirófano luchando por su vida; el arma era de su padre.

La pregunta de todos los presentes era la misma: “¿Por qué un chico tan estudioso, talentoso y amable haría algo así?” En ese momento era imposible saber nada y lo único por hacer era quedarse ahí, en silencio, siendo testigos del dolor de una familia y dando gracias por no estar en sus zapatos.

En mi caso tuve que ayudar a mi hija a salir del shock en el que se encontraba, desarrolló Síndrome de Estrés Post Traumático y fueron muchos meses de trabajo continuo y de repercusiones importantes en su vida. Al final, ella salió adelante afortunadamente. Con el paso de los días la magnitud y las causas del evento se hicieron más claras. Al chico le encontraron en su casillero muchos cartuchos útiles y algunas jeringas con heroína. Fue dolorosísimo para mí enterarme de eso y sentir que no pude darme cuenta antes para tratar de hacer algo para evitarlo.

Se especuló, por parte de la policía, que este muchacho habría planeado un ataque a sus compañeros y al arrepentirse decidió quitarse la vida. Eso no se va a saber nunca y prefiero pensar que no era esa la razón por la cual lo hizo.

La escuela ofreció todo el apoyo psicológico y se tuvieron muchas juntas con el director para expresar nuestro dolor y nuestras opiniones. Se discutió la propuesta de revisar las mochilas de los alumnos al entrar al colegio y se alzaron voces a favor y en contra. Preservar la privacidad es un asunto muy delicado, aun si se trata de evitar actos como este. Al final se votó por instalar cámaras de seguridad en los pasillos y en el área de casilleros, todos nos comprometimos a estar vigilantes y atentos de nuestros hijos e hijas, ayudarlos y fomentar la comunicación entre nosotros.

Los alumnos se organizaron para establecer una cadena de comunicación anónima para reportar a chicos con cambios en su conducta, datos de depresión o de agresividad. El resultado fue positivo y se creó un vínculo poderoso entre todos ellos (debo aclarar que se trata de una comunidad escolar pequeña). Muchos chicos cambiaron sus actitudes de riesgo, algunos dejaron de tomar o de manejar rápido. Cada quien procesó el evento tratando de rescatarse después del dolor sufrido.

El joven sobrevivió después de más de 10 cirugías, más de 6 meses en coma y años de rehabilitación. No tiene recuerdo de lo sucedido y tristemente su capacidad física y mental quedó dañada. La vida de su familia cambió para siempre y en la actualidad viven con la tranquilidad de haber hecho y estar haciendo todo por la salud y bienestar de su hijo. Seguimos en contacto esporádico con su familia y con una lección aprendida de por vida.

Culpar a la familia por tener un arma no es justo, tampoco lo es no saber cuándo tu hijo consume drogas o si tiene algún trastorno mental; como dije al principio, los padres no esperamos que los hijos estén mal.

A veces los otros pueden saber esos detalles mejor que los mismos padres. En el caso que narro, uno de los compañeros sabía del consumo de estimulantes por parte de su amigo porque ya le había ofrecido para “mejorar la concentración”, pero, a pesar de comentarlo con su familia, no sintieron que fuera apropiado ir con el chisme con la mamá de este muchacho. Otros de sus compañeros lo notaron más exaltado que de costumbre una tarde antes y otros más habían leído un ensayo reciente en donde manifestaba ideas muy negativas nada propias de él. Nada de esto puede resultar relevante sino hasta después de una tragedia. Determinar si los actos de omisión de cada una de esas personas hubieran cambiado el destino es mucha especulación. Muchos van a quedarse con esa espinita clavada y es posible que los vuelva más sensibles ante futuras situaciones.

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A la Malinche se le odia más por haber sido mujer que por su papel en la historia.

Antier me puse a pensar en el término: “Malinchismo”, es parte intrínseca de nuestro lenguaje y tal vez por eso no me detenía a analizar las implicaciones.

Cuenta la historia que la Malinche vendió a su patria al ayudar a Hernán Cortés en la conquista de México Tenochtitlán. Los textos sobrevivientes de esa época, así como el resto de la historia de la humanidad, fueron escritos por hombres. Es difícil saber cuánto influyó eso en la nefasta visión que tenemos de ella. No soy experta en historia de la conquista, sin embargo, sí sé de la acidez que se vierte sobre las mujeres en cualquier situación. En realidad, no podemos saber cuál fue el alcance de su participación en la derrota de los Aztecas, ignoramos si fue forzada por los españoles, deslumbrada y engañada (como el propio Moctezuma), convencida de la tiranía de los Mexicas o si de verdad entendía las implicaciones de lo que hacía. El hecho es que es la mala del cuento.

Cuando me contaron de ella en la primaria, el relato era para odiarla. Su representación era de mujer frívola, amante de Cortés, desdeñadora de su raza, culpable de entregar a su pueblo, ahí aparece en el mural de Siqueiros: “Tormento de Cuahutémoc” viendo cómo le queman los pies al mártir, susurrando en el oído de los españoles, así como la víbora bíblica (1).

Moctezuma, por ejemplo, murió por una pedrada arrojada por alguien de su pueblo (según algunas versiones), denigrado y burlado por los españoles, aun así, se le recuerda como Emperador y no acuñamos ningún término para la debilidad masculina como: “Moctezumismo”.

No trato de cuestionar la veracidad de esta historia, pero se le guarda un rencor que no merece. En esa guerra debe haber habido miles de traiciones y de heroísmos, ella fue usada como símbolo de maldad, lo cual era típico de la postura de la iglesia que llegó con los conquistadores, en esa época murieron en la hoguera miles de mujeres acusadas de brujería, qué nos puede extrañar el juicio que hacen de ella.

Cambiar el término de Malinchismo por otra palabra que denote la preferencia por los extranjeros se me hace muy complicado, de hecho, no puedo pensar en uno que ya exista (villamelón no cuenta). Habría que reescribir la historia para limpiarla de toda la misoginia y dejar a los personajes históricos ser juzgados por sus actos, no por su género, de entrada, los futuros cronistas de la humanidad tienen ya esa obligación.

Hemos perdonado cosas peores a gente infame de verdad, ¿no será hora de hacerlo con ella?

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1. Museo del Palacio de Bellas Artes (2017). Los murales del palacio. Recuperado el 19 de enero de 2017 de:
http://museopalaciodebellasartes.gob.mx/coleccion_alfaro_siqueiros.php

 

Las causas tangibles se defienden mejor que las intangibles, aun si son menos apremiantes.

Muy complejo este fenómeno del descontento. En los últimos días hemos vivido una ola de enojo y frustración que encontraron puerta de salida con el aumento al precio de la gasolina. Es un insumo vital, de él depende el precio de una gran cadena de productos y servicios; esto aplica para quien tiene auto como para quien no. La vehemencia y violencia con la cual se han llevado a cabo las manifestaciones en contra, engloban un hartazgo de décadas de engaños, mentiras y corrupción por parte del gobierno y los partidos políticos. Todos nos vemos afectados por el alza en los precios de cualquier cosa y la gasolina ha conseguido unir a grupos que, de otro modo, se enfrentarían entre sí. Parece increíble, pero lo que no han conseguido las marchas por la paz, las mujeres o los derechos humanos, lo hizo este petroquímico.

Por supuesto estamos mucho más indignados por la violencia o las atrocidades de una guerra, sin embargo, la concepción de violencia o de paz, es abstracta y significa algo distinto para cada uno; por ejemplo, hay familias cuyos métodos de educación contemplan golpear a los hijos y religiones en las que la mutilación genital de las niñas es lo más normal. La falta de paz cuesta más que la gasolina, pero no es tan sencillo ponerle signo de pesos.

También con el paso de los días, la esencia del enojo se ha ido diluyendo, ahora tenemos grupos políticos colgándose los escapularios y defendiendo en las calles lo que votaron en las cámaras, grupos sindicales con las mismas consignas de siempre pero ahora con el término: “gasolinazo” en las pancartas.

Conste que no estoy hablando de las ventajas o desventajas del libre mercado, sino del trasfondo psicológico del descontento social, a mi muy humilde modo de ver.

Existen tantas razones válidas por las cuales alzar la voz, no resulta sencillo ponerlas en orden jerárquico, más bien debemos lograr mantener una línea de queja y manifestación cuyos objetivos no se vean diluidos en otros temas. Creo que es ahí donde todos perdemos. Las manifestaciones vieron ejemplos de lo peor de la sociedad en el asunto de los saqueos (no importa si fueron infiltrados o advenedizos) y mostraron lo mejor de nosotros con la defensa de los comercios o los arrestos civiles.

Cuando algo se puede medir en términos claros para todos, es más sencilla la identificación con el objeto. A lo largo de la historia nos hemos ido poniendo de acuerdo en la cuantificación de distancias, tiempo, volumen, etc., todo ello es observable y comprobable de modo matemático. Las causas sociales tienen esa desventaja, no hay una unidad de medida para el bienestar.

Organizaciones como el Foro Económico Mundial presentan gráficas y estudios con “indicadores” basados en encuestas y mediciones del Producto Interno Bruto u otros elementos de la economía de los países. Esas medidas de bienestar pueden ser ridículas cuando se analiza más de cerca la situación de algunos grupos en específico. Aun así, son un esfuerzo necesario para ponerle cara a dichos asuntos.

Las explicaciones científicas son otro tipo de evidencia, la cual tiene el grave problema de ser comprendida por un porcentaje muy pequeño de la población, ese desconocimiento nos hace creen en historias falsas, ahí están los alimentos que curan el cáncer o las recetas para perder peso mágicamente. Como ejemplo tenemos al cambio climático, el cual, a pesar de estar demostrado científicamente, tiene detractores con posturas absurdas, curiosamente son los mismos en contra de la vacunación o de enseñar la teoría de la evolución en las escuelas, o sea, ejemplos de la poca validez que puede tener incluso la verdad fehaciente, ¿Qué podemos esperar de los problemas donde todos sentimos tener la razón y la solución al alcance?

No nos falta capacidad de acción, nos falta unión y poder ver más allá de la manipulación de quienes llevan agua para su molino. El gobierno se está viendo orillado a cambiar, la cosa es hacer válido este momento y no dejarnos enredar por las mismas promesas y voces de todos quienes han vivido a nuestras costillas arropados por sus partidos políticos. Hay nuevas posturas, nuevas propuestas de gente con el interés puesto en el bien común.

Se vale emocionarse y volver a creer que la Selección Nacional ahora sí va a ganar el Mundial, pero ya es peligroso caer, por enésima vez, en las redes de los mismos cínicos, todólogos de cada seis años.

Debemos pasar de compartir las frases motivacionales en redes sociales a transmitir la motivación y buscar soluciones a los problemas que nos están hundiendo.

A todos, de un modo u otro, nos están dando agua en vez de quimioterapia y no podemos permitirlo.

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La abrumadora tarea de hacer el bien.

De tragedias estamos llenos hasta el tope, las tenemos de todos los tipos y tamaños, ninguna es más importante que la otra, pero algunas son más urgentes. Querer acabar con el infierno de la gente de Siria o Yemen es más que justificado, luchar para exigir a los gobiernos el fin de la violencia en las calles o el narcotráfico es imperioso, salvar a los humanos del hambre y la explotación no puede quedar excluido de la lista de los 10 más importantes y así me puedo seguir con la violencia de género, los asesinatos, el secuestro o la esclavitud (que sólo está abolida en los libros de historia).

Todas tienen en común su dimensión dantesca y la dificultad para el ciudadano promedio de hacer algo al respecto. Por más que me indigne, no estoy en capacidad de adoptar a un niño huérfano por un conflicto bélico ni de ir a dar agua de vaso en vaso a quien no la tiene. En estos tiempos de indignación en redes sociales se estila firmar peticiones que lleven nuestros reclamos a quienes (en teoría) tienen la posibilidad de resolverlo. A mi modo de ver, esta práctica tiene varias lecturas. Es cierto que hay casos de éxito, pero son más los casos de fracaso o aquellos en el limbo al no obtener respuesta satisfactoria.

De acuerdo con el sitio Aristegui Noticias, en el 2015, la plataforma change.org logró 108 victorias; me fui al sitio y encontré victorias muy buenas, como la venta de boletos para personas con discapacidad en sitio web y puntos de venta por parte de la compañía de autotransportes ETN o la eliminación del estado y el emoticón: “Me siento gorda” en la plataforma Facebook. Otras de menor impacto como otorgar pasaportes a dos niños o evitar la eutanasia de un perro también son meritorias. Lo que no pude encontrar es cuántas peticiones han sido rechazadas o no se han cumplido aún. No pretendo lapidar esa iniciativa, sólo mostrar que incluso con el apoyo de miles de personas, el efecto no siempre es el deseado.

Nos enteramos de aquellas exitosas, por ejemplo, el rescate de Bana Alabed de 7 años, quien escribía por Twitter desde Aleppo. Dichas historias se hicieron virales en redes sociales y la presión social funcionó, sin embargo, no podemos olvidar la ganancia política o económica para quienes rescatan, como lo está siendo para Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía quien publicó fotos de él cargando a la niña Bana y resaltando el papel de su país en el rescate de los sirios, mientras encarcela o ejecuta por cientos a quienes intentaron un golpe de estado en su contra.

Lo que considero debe cambiar es la actitud hacia los problemas. Uno puede hacer mucho desde su trinchera, es tan simple como tirar la basura en su lugar, evitar los actos de corrupción, cumplir con nuestras obligaciones, no apoyar a quienes son violentos con otros seres vivos, educar en el respeto, donar a grupos dedicados al rescate y protección de la vida silvestre, etc.

Repito, yo no puedo adoptar a un huérfano de guerra, pero sí puedo donar $200 pesos al mes al UNICEF, pagar la esterilización de un gato callejero, apoyar a un comercio local, donar ropa en buen estado, o tan solo ser amable con quien trato a diario.

Debemos seguir haciendo algo contra las injusticias, así sea una niña la que se salve valió la pena, pero también debemos sentirnos bien por esos pequeños triunfos diarios en favor de alguna causa y proponernos llevar a cabo al menos un acto de bien al día. De preferencia algo tangible, no como el Vaticano que sólo manda sus condolencias.

 

http://aristeguinoticias.com/2412/mexico/108-victorias-a-traves-de-change-org-este-2015/

https://www.change.org/es-LA/victorias#most-recent

https://www.change.org/petitions

http://www.bbc.com/news/world-middle-east-38392286

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Los otros derechos de los niños.

Los derechos del hombre se redactaron allá en la consumación de la Revolución Francesa, después se vino la lucha por el reconocimiento a los derechos de las mujeres a principios del siglo XX. En el caso de los derechos de los niños, esta propuesta se inició en 1924 pero no fue sino hasta el 20 de noviembre de 1989 que fue adoptada de forma unánime en la ONU. Es el tratado más ratificado de la historia, con 192 países al día de hoy; sólo faltan Somalia, quien carece de un gobierno establecido y los Estados Unidos, quienes, de acuerdo con la Página de preguntas frecuentes de la ONU (1), no lo han hecho porque todos los tratados que firma son analizados de forma exhaustiva y no revisan más de uno a la vez. En este momento llevan 17 años discutiendo si se va a ratificar la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. Caray, no sé qué decir a este respecto, así que por el momento volvamos a los niños.

Al tener el periodo de crianza más prolongado de todas las especies animales del planeta, es cierto que hay mucho por hacer y las responsabilidades de los progenitores son numerosas. De nosotros depende su primera instrucción, su seguridad física y emocional, al igual que su integración al mundo social, primero en casa y luego al exterior. Como padres ayudamos en la transmisión del lenguaje y la cultura; dando nuestro toque personal, ya sea apoyando a un equipo de fútbol en particular o con alguna frase o palabra distintiva de la familia.

La aplicación los derechos de los niños debe empezar a gestarse en el hogar y no dejarlo a programas de gobierno o a situaciones de crímenes graves. Es en este trato diario que podemos aplicar otro tipo de apoyo al desarrollo de los niños enmarcado en un espectro de derechos muy importantes y muy ignorados por la mayoría de los padres y adultos a cargo del cuidado de los infantes.

Detrás del consabido: “Sólo son niños”, se esconde un mar de agresiones involuntarias (en el mejor de los casos). Ahí tenemos el respeto a la opinión de los hijos, el cual es inexistente bajo la sombra de la autoridad de los padres y de la noción de incapacidad e ignorancia que se atribuye a los menores de edad. En efecto, la opinión de los hijos sobre cómo se debe gastar la quincena no siempre es buena idea, pero sí lo es dejarlos opinar y decidir sobre los artículos que vayan a ser de ellos, como el sabor del jugo, el color de la pijama, la portada de los cuadernos, etc.

Los niños y las mujeres se ven sujetos a un tipo de violencia en donde se les hace invisibles, esto quiere decir que el hombre toma las decisiones en casa con respecto a todo: salidas, vestido, diversiones, amistades, gastos, estudios, religión, música y por supuesto los castigos. Esta omisión es doblemente grave en el caso de los niños, ya que la sufren a manos de todos los adultos a su alrededor. De ahí la importancia de las consultas públicas dirigidas a los niños que se dan en periodos electorales.

Como padres y maestros es muy difícil no reírse o sentir ternura por este o aquel comentario, es más, no sólo nos vamos a reír, también se lo vamos a contar a todos durante muchos años para compartir aquella ocurrencia. Es de verdad parte del amor que nos tenemos y para muchos padres de familia, no hay reunión completa sin relatar las anécdotas familiares; todos nos hemos visto sujetos a esas situaciones y hemos contraatacado con hermanos, hijos, etc.

Ya que es prácticamente imposible evitarlo debemos intentar fortalecer otras áreas de la autoestima en construcción. En este departamento, el respeto a las opiniones es fundamental y si nuestro hijo o hija expresan su sentir sobre algo, lo último que deberíamos hacer es soltar la carcajada (eso lo podemos dejar para cuando estemos a solas). Cuando a uno lo toman en cuenta, no importa nuestra edad nos sentimos bien con nosotros mismos y valoramos más a quien nos haya apoyado. Al poner atención a los comentarios y opiniones de los infantes estaremos dando los siguientes mensajes:

  • Tu opinión es importante.
  • Está bien que expreses tu sentir.
  • Te estoy prestando atención.
  • No te interrumpo.
  • Te doy tu lugar.
  • Me importa lo que dices.
  • Cuando alguien habla, la otra parte escucha en silencio.
  • Puedes confiar en mí.
  • Aun si estás triste o enojado puedes ser escuchado sin ser juzgado.
  • Puedo no estar de acuerdo contigo y seguirte queriendo.
  • Puedes no estar de acuerdo conmigo y no me voy a enojar.
  • Tienes derecho a ser escuchado y que tu opinión se respete.

Esas son sólo algunas, las que se me ocurrieron mientas reflexionaba sobre este tema; dependiendo de la edad del infante y la circunstancia, el efecto va a ser más o menos profundo en ellos y en nosotros.

Lo que es innegable es el futuro de una generación de niños a quienes se les permita expresarse y ser escuchados, a quienes se les vaya acostumbrando a respetar las opiniones de los demás y a exigir el respeto a las suyas. El impacto en cuanto a la disminución del acoso escolar, el respeto de género y el éxito en el trabajo en equipo, serán visibles antes de que terminen la primaria.

¿Se imaginan cómo funcionaría el Senado y la Cámara de Diputados con los egresados de este tipo de educación?

Pues piensen ahora que estamos en la posibilidad de lograrlo con sólo dar a los niños el trato digno y respetuoso al que tienen derecho.

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  1. Unicef (2016). Convención sobre los Derechos del Niño. Recuperado el 8 de noviembre de 2016 de: https://www.unicef.org/spanish/crc/index_30229.html

Educar en la inclusión en un entorno racista.

Una de las mayores preocupaciones que tengo como madre es si he sido capaz de educar a mis hijas para ser incluyentes, respetuosas y responsables a pesar de mis prejuicios e inseguridades; porque vaya que tengo algunos.

Los hijos se nutren de uno y aprenden de nuestro ejemplo, por más que les hable de la importancia de la higiene, si no lavo la ropa y no me lavo los dientes, la contradicción es más que evidente; la vista es más poderosa que el oído, sobre todo a edades en donde la abstracción y el vocabulario, lo mismo que la atención, no son el fuerte de la persona.

La solución fue cambiar yo; volverme lo que yo deseaba para ellas. Así fue como me hice feminista, incluyente, paciente, tolerante a la diversidad sexual y lo que se vaya necesitando, todo en la medida de mis limitaciones claro está.

Soy una ávida lectora y de ahí tomé ejemplos, los mejores tal vez, de obras de ciencia ficción, en ellos he hallado más humanismo que en muchos textos filosóficos o académicos. De cualquier forma, leí sobre el tema, estudié mucho y me cuestioné en mis más básicas creencias.

En el mundo actual, la inclusión y el respeto son una necesidad, no sólo por la variedad de humanos con quienes coexistimos, sino, por el resurgimiento del nacionalismo y el orgullo xenofóbico de los últimos años. Esta misma exacerbación del radicalismo de lo que sea, obliga a los padres a manejar el tema con mucho cuidado para no poner a los hijos en riesgo de ser agredidos en la defensa de los derechos propios o ajenos.

Una fórmula que me ha funcionado con mis hijas, mis alumnos o mis pacientes, es aceptar las diferencias de los demás como algo natural, no como la excepción. Para mí, ser incluyente implica estar inmerso en la diversidad como si no lo estuviera; o sea, tratar a todos con respeto, amabilidad, cordialidad etc., no por sus diferencias, más bien por sus semejanzas con nosotros.

Para muchos de nuestros hijos esto ha sido más fácil de lo que fue para nosotros. En primer lugar, los “diferentes” ya somos todos. Una escuela incluyente debe aceptar alumnos de todas las razas, creencias, preferencias sexuales, capacidades físicas e intelectuales. Al hacerlo con éxito, normaliza a todos y los chicos van creciendo sin cuestionarse si alguno es mejor o peor. Ahí el problema somos los padres, nosotros fuimos educados en el racismo y el clasismo, entonces, si nuestro hijo nos presenta a las dos mamás de un amigo como lo más normal y nosotros al llegar a casa ponemos el grito en el cielo y le decimos que eso está mal, nuestro hijo se vuelve homofóbico por culpa nuestra.

Uno debe poder estar bien en una mesa con gente de cualquier color, creencia, etc. No se trata de amarlos y a todos ni de estar de acuerdo con todos sólo por ser diferentes, el requisito esencial es el respeto porque todos lo merecemos, no es hacer un favor. Si como adultos estamos a gusto en una reunión de amigos y los consideramos nuestros iguales, lo más probable es que la velada sea un éxito, si en ese mismo grupo llega alguien a quien percibimos como diferente (inferior o superior) y el ambiente no cambia y seguimos de lo más contentos, podemos decir que nuestra reunión es incluyente.

Ahora bien, aun si en casa se tienen ideas distintas sobre la religión o la sexualidad, yo creo que los padres no tenemos derecho a prohibirle a nuestros hijos ser mejores seres humanos de lo que hemos sido nosotros. Si empezamos por re-educarnos en esto de los derechos humanos, ayudar y aprender de nuestros hijos será mucho más sencillo.

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