La verdad es de quien se la crea.

A los humanos nos da por decir mentiras, nos embrollamos en cuentos sin sentido, al grado de llegar a creer nuestros propios embustes. Tenemos incluso la categoría de las: “Mentiritas” o las “Mentirijillas blancas” para pre-excusarnos de no decir la verdad. Los niños, para variar, son nuestras víctimas por excelencia, suponemos que nuestra autoridad como adultos nos permite mentirles a los chicos “por su bien”. Pues bueno, no es de extrañar que esos niños, a su vez, mientan.

El engaño se da a todos los niveles, en nuestro hermoso México aceptamos la mentira casi como condición para la interacción social, somos capaces de entablar una conversación basada en algo falso, aun si los interlocutores saben de la farsa.

Las altas esferas del poder, de cualquier poder, hacen uso de la mentira como moneda de cambio. Difícilmente creemos en las promesas de campaña de nadie (sea en la tierra como en el cielo) y votamos con la certeza de que habrá trampa, al grado que no aceptar una victoria legítima y ni se diga una derrota.

Es un escenario común a la mayoría de los países en desarrollo, en especial aquellos quienes han caído víctimas de los gobiernos populistas con próceres inmortales (e inmorales). O como nosotros que hemos sido gobernados por partidos políticos jugando al juego de las sillas y rotándose los puestos desde la Revolución. El sistema no nos funciona, descalificar se ha vuelto mucho más fácil que valorar, primero vamos a creer en las malas intenciones y luego en las buenas. Latinoamérica cojea de ese pie desde hace siglos, la democracia parecía ser cosa nada más de los países desarrollados; hasta que llegó Donald Trump.

Los Estados Unidos es una de las naciones más arrogantes del mundo, ellos viven su papel de líderes mundiales al pie de la letra y aunque también hay un sinnúmero de errores y mentiras, existe la voluntad de hacer las cosas bien. Desafortunadamente, eso les ha salido muy mal. Es la única forma de explicar la llegada de un populista ignorante a la Casa Blanca. El pueblo se está desquitando del partido demócrata, quien no supo resolver los problemas de millones a quienes no les ha beneficiado el modelo económico. Ellos tampoco creen en sus políticos y sus discursos, pero en el frenesí del cambio acabaron eligiendo la peor versión de ellos mismos.

Este hombre ha vivido de la mentira toda su vida, a sus casi 70 años sigue siendo el bully de la escuela y sus compinches lo apoyan a muerte, van a defender hasta sus mentiras más absurdas. La derrota de la verdad, en un país que se suponía era el estandarte de la misma, nos va a pegar a todos; con todo respeto, no es lo mismo ver hundirse a Venezuela o a Cuba que a estos vecinos norteños, ellos aún son una potencia mundial y si le sumamos al otro orate norcoreano, nos podemos ver envueltos en un conflicto bélico y económico catastrófico. Nos caiga bien o nos caiga mal, algunas naciones sirven de réferis y mantienen cierta diplomacia en la mesa. Estamos a nada de ver a esas fuerzas de cohesión hacerse pedazos; si nuestros difuntos abuelos supieran que ahora Alemania es de los países con las voces más congruentes del mundo, se vuelven a morir.

Como mexicanos y latinos no nos queda más que evolucionar y llenar los espacios dejados por esas naciones. Es imperioso acabar con la impunidad y la corrupción, de ese modo podremos empezar a creer en nosotros mismos, convertirnos en la voz de la experiencia y colchón para el primer mundo que se nos desmaya.

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La vida después de que se tira del gatillo.

Como padres de familia hay gran impotencia cuando nuestros hijos se ven envueltos en hechos violentos. Uno no desea verlos sufrir y mucho menos si se trata de un ataque como el vivido en la escuela de Monterrey o los cientos ocurridos en escuelas del vecino país del norte. El solo pensar en la posibilidad de que nuestros hijos pudieran morir o salir lastimados físicamente es una de las pesadillas de todos quienes somos padres.

Pero otra pesadilla, tal vez peor, es enterarnos de que fue uno de nuestros hijos o hijas quien llevó a cabo un acto de esa naturaleza.

Pensar que nuestro hijo es “malo” no viene en la programación diaria de nadie. Uno los educa de la mejor forma posible y dudo muchísimo que existan casos en donde los padres busquen, de forma consciente, tener un hijo capaz de matar a sus semejantes o de hacerse daño a sí mismos. El hecho es que sucede y enfrentarlo no es sencillo.

Es común para muchos progenitores ser llamados a la escuela porque el hijo o la hija acosa a los compañeros. Así ha sido desde hace siglos, la lucha de poder no tiene fecha de caducidad. La negación en los padres del agresor puede variar: “Mi hijo es incapaz”, “Sólo se estaba defendiendo”, “Así son los niños”, “¿Verdad que nada más estaban jugando?” Cuando los padres aceptan el hecho muchas veces no son capaces de poner un remedio y tan sólo una pequeña minoría consigue detener y corregir la conducta de forma adecuada; esto es sin recurrir a la violencia en casa.

Las cosas cambian cuando los hechos son de naturaleza criminal, o sea, susceptibles de ser juzgados por la ley, ahí no hay defensa que valga ni tolerancia por parte de la comunidad. Una vez realizado, la vida de víctimas y perpetradores cambia para siempre.

Los padres serán juzgados y declarados culpables por la mayor parte de la opinión pública; sea por una agresión a otros o una agresión personal, como en el caso del suicidio. Se pondrán en tela de juicio sus valores, la educación que dieron a su familia, sus antecedentes, gustos y así hasta las más mínimas faltas. Esto sucede por la dificultad de entender un ataque violento, la gente busca respuestas de forma inmediata para enterarse del porqué, pero más importante, para alejarse del espectro de la culpa y del escrutinio. En el fondo todos encontramos similitudes en la familia del agresor y tenemos miedo de que otros las encuentren también. No se puede culpar por ello a las personas, sin embargo, para los involucrados sólo complica la ya de por sí, imposible situación por la cual atraviesan.

Tuve el infortunio de ser partícipe de una de estas crisis escolares y les compartiré cómo viví esa situación como madre.

Un joven muy querido por la comunidad escolar y en particular por mi familia, intentó quitarse la vida en la prepa donde estudiaba una de mis hijas. Ella fue testigo de cómo lo sacaron en camilla del salón totalmente ensangrentado justo cuando sus padres llegaban al colegio a enterarse de lo sucedido. A mí me llamó por teléfono y nada más me dijo que las clases se habían suspendido y me pidió ir por ella a casa de un compañero. Cuando iba de camino, recibí una llamada de una amiga para preguntarme si mi hija estaba bien y de si ya me había enterado de la balacera en su escuela. Recuerdo con claridad el escalofrío en todo el cuerpo y la confusión, ¿cómo que una balacera?, si yo justo acababa de hablar con mi hija y no me dijo nada. Colgué con mi amiga y le llame a su celular (en esa época no era tan glamoroso como hoy en día y dudé que me fuera a responder), cuando contestó le pregunté lo que en realidad había pasado y sólo me pudo decir el nombre de su amigo involucrado.

Llegué por ella, la encontré en estado de shock, entre ella y un amigo me pudieron decir el nombre del hospital donde se encontraba y nos fuimos para allá.

Con muy pocos detalles entramos y me encontré con la mamá de este chico; nos dimos un abrazo en el que yo traté de hacerle sentir mi cariño y comprensión, pero nada más la sentí deshacerse de dolor.

En la sala de espera del muy escueto y rudimentario hospital, nos encontramos sentados en dos grupos; de un lado los compañeros de la escuela y por otro lado las mamás y papás. Lo único que supimos en ese momento fue que el chico había intentado suicidarse en un salón vacío, se disparó en la boca con una pistola calibre .45mm y estaba en el quirófano luchando por su vida; el arma era de su padre.

La pregunta de todos los presentes era la misma: “¿Por qué un chico tan estudioso, talentoso y amable haría algo así?” En ese momento era imposible saber nada y lo único por hacer era quedarse ahí, en silencio, siendo testigos del dolor de una familia y dando gracias por no estar en sus zapatos.

En mi caso tuve que ayudar a mi hija a salir del shock en el que se encontraba, desarrolló Síndrome de Estrés Post Traumático y fueron muchos meses de trabajo continuo y de repercusiones importantes en su vida. Al final, ella salió adelante afortunadamente. Con el paso de los días la magnitud y las causas del evento se hicieron más claras. Al chico le encontraron en su casillero muchos cartuchos útiles y algunas jeringas con heroína. Fue dolorosísimo para mí enterarme de eso y sentir que no pude darme cuenta antes para tratar de hacer algo para evitarlo.

Se especuló, por parte de la policía, que este muchacho habría planeado un ataque a sus compañeros y al arrepentirse decidió quitarse la vida. Eso no se va a saber nunca y prefiero pensar que no era esa la razón por la cual lo hizo.

La escuela ofreció todo el apoyo psicológico y se tuvieron muchas juntas con el director para expresar nuestro dolor y nuestras opiniones. Se discutió la propuesta de revisar las mochilas de los alumnos al entrar al colegio y se alzaron voces a favor y en contra. Preservar la privacidad es un asunto muy delicado, aun si se trata de evitar actos como este. Al final se votó por instalar cámaras de seguridad en los pasillos y en el área de casilleros, todos nos comprometimos a estar vigilantes y atentos de nuestros hijos e hijas, ayudarlos y fomentar la comunicación entre nosotros.

Los alumnos se organizaron para establecer una cadena de comunicación anónima para reportar a chicos con cambios en su conducta, datos de depresión o de agresividad. El resultado fue positivo y se creó un vínculo poderoso entre todos ellos (debo aclarar que se trata de una comunidad escolar pequeña). Muchos chicos cambiaron sus actitudes de riesgo, algunos dejaron de tomar o de manejar rápido. Cada quien procesó el evento tratando de rescatarse después del dolor sufrido.

El joven sobrevivió después de más de 10 cirugías, más de 6 meses en coma y años de rehabilitación. No tiene recuerdo de lo sucedido y tristemente su capacidad física y mental quedó dañada. La vida de su familia cambió para siempre y en la actualidad viven con la tranquilidad de haber hecho y estar haciendo todo por la salud y bienestar de su hijo. Seguimos en contacto esporádico con su familia y con una lección aprendida de por vida.

Culpar a la familia por tener un arma no es justo, tampoco lo es no saber cuándo tu hijo consume drogas o si tiene algún trastorno mental; como dije al principio, los padres no esperamos que los hijos estén mal.

A veces los otros pueden saber esos detalles mejor que los mismos padres. En el caso que narro, uno de los compañeros sabía del consumo de estimulantes por parte de su amigo porque ya le había ofrecido para “mejorar la concentración”, pero, a pesar de comentarlo con su familia, no sintieron que fuera apropiado ir con el chisme con la mamá de este muchacho. Otros de sus compañeros lo notaron más exaltado que de costumbre una tarde antes y otros más habían leído un ensayo reciente en donde manifestaba ideas muy negativas nada propias de él. Nada de esto puede resultar relevante sino hasta después de una tragedia. Determinar si los actos de omisión de cada una de esas personas hubieran cambiado el destino es mucha especulación. Muchos van a quedarse con esa espinita clavada y es posible que los vuelva más sensibles ante futuras situaciones.

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A la Malinche se le odia más por haber sido mujer que por su papel en la historia.

Antier me puse a pensar en el término: “Malinchismo”, es parte intrínseca de nuestro lenguaje y tal vez por eso no me detenía a analizar las implicaciones.

Cuenta la historia que la Malinche vendió a su patria al ayudar a Hernán Cortés en la conquista de México Tenochtitlán. Los textos sobrevivientes de esa época, así como el resto de la historia de la humanidad, fueron escritos por hombres. Es difícil saber cuánto influyó eso en la nefasta visión que tenemos de ella. No soy experta en historia de la conquista, sin embargo, sí sé de la acidez que se vierte sobre las mujeres en cualquier situación. En realidad, no podemos saber cuál fue el alcance de su participación en la derrota de los Aztecas, ignoramos si fue forzada por los españoles, deslumbrada y engañada (como el propio Moctezuma), convencida de la tiranía de los Mexicas o si de verdad entendía las implicaciones de lo que hacía. El hecho es que es la mala del cuento.

Cuando me contaron de ella en la primaria, el relato era para odiarla. Su representación era de mujer frívola, amante de Cortés, desdeñadora de su raza, culpable de entregar a su pueblo, ahí aparece en el mural de Siqueiros: “Tormento de Cuahutémoc” viendo cómo le queman los pies al mártir, susurrando en el oído de los españoles, así como la víbora bíblica (1).

Moctezuma, por ejemplo, murió por una pedrada arrojada por alguien de su pueblo (según algunas versiones), denigrado y burlado por los españoles, aun así, se le recuerda como Emperador y no acuñamos ningún término para la debilidad masculina como: “Moctezumismo”.

No trato de cuestionar la veracidad de esta historia, pero se le guarda un rencor que no merece. En esa guerra debe haber habido miles de traiciones y de heroísmos, ella fue usada como símbolo de maldad, lo cual era típico de la postura de la iglesia que llegó con los conquistadores, en esa época murieron en la hoguera miles de mujeres acusadas de brujería, qué nos puede extrañar el juicio que hacen de ella.

Cambiar el término de Malinchismo por otra palabra que denote la preferencia por los extranjeros se me hace muy complicado, de hecho, no puedo pensar en uno que ya exista (villamelón no cuenta). Habría que reescribir la historia para limpiarla de toda la misoginia y dejar a los personajes históricos ser juzgados por sus actos, no por su género, de entrada, los futuros cronistas de la humanidad tienen ya esa obligación.

Hemos perdonado cosas peores a gente infame de verdad, ¿no será hora de hacerlo con ella?

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1. Museo del Palacio de Bellas Artes (2017). Los murales del palacio. Recuperado el 19 de enero de 2017 de:
http://museopalaciodebellasartes.gob.mx/coleccion_alfaro_siqueiros.php

 

El sueño americano, el del continente americano, debería ser individual.

Así como cada noche soñamos cosas únicas, nuestras existencias bien podrían serlo también. La logística no es sencilla y es, en el mejor de los casos, una utopía.

¿Por qué digo: “en el mejor de los casos”? Cuando nos vamos a los deseos y fantasías individuales, los resultados van desde lo ingenuo hasta lo perverso. La vida ideal no puede ser la que cada uno anhela. Es por ello que como sociedad hemos ido ajustando el ideal de la población dentro de los límites de lo legal, lo moral y lo ético. Hay por ahí individuos incapaces de cumplir con dichos parámetros y tenemos las alternativas a la legalidad y a la moral: delincuencia en todos sus niveles y no pocos casos de neurosis y depresión.

La realidad es que, las políticas de gobierno sí son instrumentos poderosos para moldear el comportamiento de la sociedad. Muchas veces hace falta solo una campaña para alterar ciertos patrones. Por ejemplo, en los años 70’s se estableció una política de poblacional de control natal: “La familia pequeña, vive mejor”. Su principal objetivo era lograr que las familias mexicanas tuvieran menos hijos; dos de preferencia. Esta idea no se lo ocurrió a nadie aquí, fue una respuesta al incremento en la población posterior a la primer y segunda Guerras Mundiales, el cual, en un principio, era necesario para repoblar las ciudades que se vieron diezmadas después de medio siglo de conflicto armado. De ahí que la generación de los nacidos en los 40’s y 50’s es conocida como: “Baby Boomers”.

Como nuestra especie tiene pocos depredadores, aparte de las bacterias, virus y de nosotros mismos, el objetivo se cumplió en un plazo corto. Ese efecto en México fue distinto debido a que no participó en la guerra de forma directa y los mexicanos no murieron en millones como sí lo hicieron los rusos o los judíos, por ejemplo. Nuestras costumbres religiosas y sociales, como la familia extendida, eran suficientes para conformar hogares con muchos hijos. Y como lo que sí nos alcanzo fue la crisis económica, tener familias más pequeñas liberaba de una carga importante a los gobiernos. Otro factor importante fueron los inicios de las urbes sobrepobladas. Nuestro recientemente extinto Distrito Federal, ya contaba con algunos millones, y la falta de vivienda y de recursos se empezaba a hacer evidente. Como consecuencia, la ciudad se adaptó y se empezó a vivir para arriba; se erigieron los multifamiliares en diversas zonas de la ciudad y el espacio vital se redujo a menos de 100m cuadrados.

La medida tuvo éxito y las familias de la Ciudad de México pasaron de los 6 a los 2 hijos. Se suponía que lo hijos partirían del hogar en la adultez temprana para establecer sus propias familias de dos hijos y en muchos casos así fue. Sin embargo, las repetidas crisis económicas (locales y mundiales) hicieron que incluso las casas con pocos, hijos empezaran a sufrir, y las garantías del sueño americano (insisto, del continente), quedaron sin verse realizadas.

Es muy duro enfrentar la pérdida de un sueño cuando es propio; ser piloto aviador o un chef famoso, pero el efecto del sueño no cumplido a nivel nacional ha sido devastador.

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Para los nacidos después de 1970, la promesa de que una carrera universitaria vendría acompañada de un trabajo bien remunerado y, por ende, la separación de la familia de origen, no se cumplió, peor aún, las familias han vuelto a permanecer en casa de los padres después de casados con hijos y todo. Esto no es un regreso a la familia extendida, esto representa meter a 8 personas en los mismos 70 metros de departamento, y eso sí ha creado un nivel de neurosis y un aumento de la violencia al interior del núcleo familiar. En los límites de la ciudad tenemos la vista siempre gris de las casas construidas de forma irregular y a las que se les van agregando pisos según van regresando los hijos e hijas con sus familias propias.

Tener una propiedad es un lujo y acabarla de pagar un reto.

¿Cuál es entonces nuestra responsabilidad?

A mi modo de ver es soñar con logros propios basados en el respeto y la compasión por el resto del mundo, educar en la realidad y la objetividad a los hijos y no dejar que les vendan el mismo sueño para que después se convierta en pesadilla. Si sus hijos deciden no ser padres, está bien, si no les es posible salir de la casa familiar, se deben establecer reglas justas de convivencia y aportaciones económicas, si emigran está muy bien, si viven entre amigos está bien, si rentan un estudio y viven solos qué bueno. Lo que sí no se vale es soñar por otro, no se vale imponer los deseos propios a una vida que no es nuestra; debemos evitar, a toda costa, que las generaciones que nos siguen compren el paquete de plan de vida asegurado que les venden, porque sabemos muy bien que no existe.

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La vida en mega pixeles.

La frase: “Una imagen dice más que mil palabras” es, sin duda, cosa del siglo pasado cuando las fotografías eran un tesoro impreso y con miras a ser preservado como reliquia familiar o histórica.

El día de hoy se deben de haber tomado millones de fotos en todo el mundo. De esas, un porcentaje altísimo no se va ni a ver, otras se van a compartir y muchas serán borradas sin preocupación alguna. El número de fotos en papel debe ser más bien, bajo; yo, por ejemplo, no he impreso una sola foto en meses y más allá del proyecto artístico para alguna pared, no creo hacerlo en un futuro próximo.

Cargamos nuestras fotos en una nube, almacenada quién sabe cómo, en quién sabe dónde y protegida por quién sabe quién. El acervo fotográfico de la humanidad debe ser insondable y cada día aumenta. Los programas de Software han progresado del almacenamiento, a la selección automática, ya es imposible para una persona ordenar y clasificar su material fotográfico sin dedicarle horas enteras.

A mí me cae muy bien Google y aunque no les haga comerciales, sí aprecio el enorme poder que tienen sobre nuestras vidas y cuánto las simplifica. La aplicación Google Photos me sugiere qué fotos seleccionar de todas las que tomo en un lugar, me propone filtros y arreglos, hace collages, animaciones y presentaciones; cada año me recuerda las fotos que tomé y me pregunta si quiero volverlas a ver y a compartir. De no ser por eso, la labor sería titánica y, al igual que las cajas de fotos, no las volvería a ver jamás y me tardaría mucho en encontrar una en específico.

Las fotos ya no reflejan el momento, ahora reflejan todos los momentos. Si antes se sacaba la cámara para ocasiones célebres, ahora se tiene lista de forma permanente y para mí los hallazgos son increíbles. Ahora sé que a la gente le importa mucho compartir fotos de lo que come y no es para presumir o quejarse, yo creo que es una forma de sentar a tu mesa a quienes estén lejos de ti. Lo mismo pasa con las compras y las posesiones, aunque ahí la noción de compartir sí puede estar más relacionada a la presunción y al estatus que a las ganas de convidar

A través de nuestro poder sobre la lente nos sentimos poseedores de la magia que antes se reservaba para algunos. Los niños pueden ahora tomar fotos y compartir su visión del mundo, los sitios noticiosos reciben y solicitan colaboraciones fotográficas en cada desastre natural o momento importante, ahora los videos tomados por testigos ayudan a resolver crímenes, a deslindar culpas, a rescatar gente perdida o simplemente a compartir la belleza o el horror que les rodea.

La narrativa de la humanidad se escribe en mega pixeles (Mpx). Eso no significa que hayan dejado de existir los fotógrafos, pero ahora el reto es distinto, ahora se trata de la modificación de la realidad. Hay un gran número de artistas dedicados a modificar las fotografías con ayuda del Photo Shop; los resultados son increíbles y la foto de una niña en su patio la pueden transformar en una niña en un mundo surrealista. La imagen debe contar algo más, no sólo lo que ve.

Quizás los románticos dirán que las fotos impresas valen más porque las podemos tener en nuestras manos, pero ahí es donde radica su fragilidad. Preservar el papel y la tinta no es cosa fácil, las fotografías mueren un poco cada que les da la luz, de algún modo nos las comemos con los ojos y el tiempo las tornará amarillas y como todo, también van a desaparecer. La finalidad de la fotografía digital es otra, de ella se espera que viaje por el cosmos y cuente de nosotros a otros mundos y seres, así supimos cómo se ve Plutón y así sabrán cómo fuimos aun después de haber desaparecido junto con el planeta. Ese contenido no va a estar censurado y ahí se podrá saber si nuestra civilización pudo sobrevivir a sí misma.

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Plutón y Caronte.
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Crédito de imagen de Plutón y Caronte:
Nasa. (2016). Charon and Pluto: Strikingly Different Worlds. Recuperada el 3 de noviembre de 2016 de: https://www.nasa.gov/mission_pages/newhorizons/images/index.html

¿Qué queremos?

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Nuestro extinto, pero aún amado, Distrito Federal, o nuestro naciente estado Ciudad de México, padecen de todo. Vivimos en terapia intensiva todos los días; si sobrevivimos es porque somos muchos y las desgracias se diluyen entre millones. Debería de importarnos a todos y es obligación de todos ver que las instituciones cumplan con las labores para las que fueron creadas.

El tema de la seguridad es terrible a nivel nacional, y en esta megalópolis no pasa una hora sin algún evento violento contra algún ciudadano. El recurso de la manifestación en las calles se está agotando, venga o no en la Constitución, y hay hartazgo de quienes padecen los bloqueos; más que sentir solidaridad con la causa uno acaba por odiar a los manifestantes, no importa lo legítimo del asunto.

Cada vez se vuelve más frecuente el recurso de la autodefensa o el linchamiento y en ninguno de los casos la autoridad puede controlar a justos o a pecadores.

Para ocultar estas carencias el gobierno de la flamante CDMX, ha diseñado la renovación y la entretención perpetuas. Entre semana la ciudad se paraliza con las manifestaciones y las obras públicas. El fin de semana, la ciudad se paraliza en paseos en bici, ferias, maratones, carnavales, verbenas, conciertos en plazas públicas y cuanta cosa disfrace los desastrosos resultados de la gestión en materia de justicia, seguridad, salud, vivienda, etc. El cuento es que terminamos confrontados el pueblo contra el pueblo. Los que se manifiestan contra los que no, o los que andan en bicicleta contra los que no. Y así se nos va el año, una desgracia, una fiesta, una ignominia, un desfile, un plantón, un maratón.

El triste fondo es nuestra imposibilidad de organizarnos para darle solución real a los problemas que nos conciernen a todos. Ayer por la mañana un hombre mató a tiros a cuatro asaltantes en un camión de pasajeros y los dejaron tirados en la carretera. El “justiciero” devolvió a los pasajeros sus pertenencias y se fue. Nadie sabe, nadie supo a dónde huyó*. Muchos se quedan con la romántica idea del héroe anónimo que los defendió y la ley, sin hacer el trabajo para el que les pagamos.

Sí creo que gran parte de la anestesia del pueblo se relaciona con lo monumental de la tarea; ninguno de nosotros tiene escoba que dé el ancho para tanta basura, entonces, pues vamos al desfile del 007, vamos a la feria del chocolate, comamos pan de muerto (así de irónico), llenemos el Zócalo en los conciertos… o sea, dejemos de sentir que nos está llevando el tren.

Es en ese estado catatónico en el que surgen figuras como el hombre que mató a los delincuentes. Su hartazgo lo hizo actuar, pero lo hizo fuera de la ley, de la misma forma en que los asaltantes robaron a los pasajeros (el pueblo contra el pueblo).

Vivir de un festejo a otro no nos va a resultar de utilidad mientras que por la ventana llueven muertos, violadas, desaparecidas, secuestrados; esclavos todos del crimen organizado. El desfile del Día de Muertos no hizo que bajen los secuestros, nos hizo olvidarlos por un momento. El despilfarre de recursos en tranquilizar a la población con eventos magnos, pudo ser empleado en mejorar el sueldo de la policía y hacer más difícil que sean comprados por las mafias.

Para muchas personas la idea de hacer algo al respecto está fuera de su comprensión y vivimos amortiguados por las celebraciones que se amontonan en el calendario y que dan pretexto a la inacción.

La justicia social se logra de uno en uno, con el ejemplo diario, con la observancia de la ley, con la participación en las elecciones y, sobre todo, denunciando los actos delictivos, de violencia y de corrupción hasta que seamos escuchados; lo cual no necesariamente implica tomar las calles, más bien, tomar conciencia.

Crédito de imagen del encabezado: Photo credit: <a href=»https://www.flickr.com/photos/prayitnophotography/8390674961/»>Prayitno / Thank you for (11 millions +) views</a> via <a href=»https://visualhunt.com»>VisualHunt.com</a> / <a href=»http://creativecommons.org/licenses/by/2.0/»>CC BY</a>
Crédito de Meme «¿Qué queremos?» Tannia Lozano (2016).
*El Universal (2016). Recuperado el 1 de noviembre de 2016 de: http://www.eluniversal.com.mx/articulo/metropoli/edomex/2016/11/1/ejecuta-justiciero-4-en-la-mexico-toluca-ahora-lo-buscan

Post populi, post Dei.

El clamor del pueblo ha cambiado de medio de expresión. A pesar de que se siguen tomando las calles y haciendo pintas con protestas, la efectividad de dichas acciones está quedando opacada por el innegable poder del Post; el alcance de una denuncia es multitudinario y no se limita a las fronteras del país. Actualmente las personas han dejado de recurrir a la ley para buscar justicia en redes sociales, cada día se presentan más denuncias de asaltos captados por la cámara de un teléfono móvil y los resultados son expeditos haciendo caer el peso de la ley sobre los infractores.

A los gobernantes no les gusta ser exhibidos y cuando la presión sale de los confines del Ministerio Público más les vale actuar pronto o perder la poca credibilidad que les queda. Desafortunadamente, el número de personas con acceso a Internet es aún muy bajo, por ello se han creado grupos de defensa para quienes no tienen otra forma de ser escuchados.

La capacidad de movilización y de acción puede hacer la diferencia en la vida de muchas personas, porque, a pesar de todos los riesgos y malos manejos de la información, los datos ahí están, las imágenes o audios ahí están y son susceptibles de ser analizados por millones de personas. ¿Se imaginan lo que todos esos puntos de vista pueden hacer? No por nada existen los llamados Bots, que son programas cuya finalidad es hacer parecer que las tendencias de alguna publicación son mejores o peores. De ahí salen los números para muchas encuestas y para ensalzar o tirar por la borda planes y proyectos.

Nuestra responsabilidad es hacer buen uso de ese poder, porque, aunque la libertad de expresión existe, se deben eliminar los contenidos discriminatorios o aquellos que inciten al odio entre las personas. Es tan sencillo como no compartirlo y no comentar al respecto; en Internet la vida media de las publicaciones es muy corta y si se ignora se elimina por completo. Las compañías como Facebook y Twitter se han visto en la necesidad de proteger a los usuarios de imágenes con desnudos o contenidos violentos. No debe ser tarea fácil darles gusto a todos; yo he reportado al menos 3 fotos que considero denigrantes para las mujeres y en ninguno de los casos he recibido respuesta satisfactoria, sólo me dicen que no infringe sus regulaciones y por ello no la remueven de su sitio. Ante tal dificultad lo más razonable es hacer uno mismo el trabajo y convertirse en moderador del contenido que circula en las redes. El reto es encontrar un punto medio entre todas las culturas.

En ocasiones circulan acaloradas cadenas en Facebook, exigiendo la restitución de fotos de mujeres indígenas con el torso desnudo realizando alguna labor doméstica. Para los mexicanos no hay connotación sexual en esa imagen y sólo vemos a una mujer que representa los valores de nuestras tradiciones indígenas. Sin embargo, yo no puedo obligar al resto del mundo a vivir con mi percepción y herencia cultural; si para otros la imagen representa un desnudo que puede ser malinterpretado por ellos o por sus hijos, no tienen por qué estar expuestos a él de forma involuntaria.

De la misma forma yo me he sentido incómoda al ver personas con prácticas alimenticias, desde mi punto de vista, extremas. Ese es el respeto que debemos procurar, total, si hay quién se interese en las culturas pre-Hispánicas puede buscar la información y para quienes quieren saber cómo se cocina el perro también pueden averiguarlo sin tener que invitarnos a los demás de sus intereses.

Nunca antes en la historia de la humanidad habíamos sabido tanto de los demás. El amigo por correspondencia quedó atrás para dejar paso a la red de amigos. Podemos conectarnos con personas alrededor del mundo para conocer su forma de vida y sus costumbres. Los resultados son muy interesantes, ya que nos hemos dado cuenta en cuántas cosas nos parecemos. Todos hacemos bromas, denuncias, ayudamos a los demás, compartimos frases motivacionales, saludamos y despedimos a los meses del año, odiamos los lunes, amamos los viernes, compartimos imágenes de nuestra vida y nuestro planeta y por sobre todas las cosas, somos esclavos de las fotos y videos de gatos.

Hagamos buen uso de la maravilla que es poder estar en todos lados al mismo tiempo.

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Imagen de Grumpy Cat: Meme creator.

La inclusión forzada en un mundo que discrimina.

Los seres humanos somos más iguales que diferentes, sin embargo, somos más diversos que iguales y eso, ha sido causa de injusticias desde siempre.

La selección natural se encarga de adaptar a las especies al ecosistema y la selección que los humanos hacemos se ha encargado de perpetuar características físicas y de personalidad deseables para la sociedad. Estas dos posturas tienen bases opuestas; la primera hace cambios basado en lo que le conviene a la especie, mientras que la segunda elige dichos cambios basado en lo que cree que le conviene a la especie.

Ya se ha expresado por ahí cómo la idea de: “lo que es mejor para mí”, puede estar totalmente alejada de lo que en verdad le conviene al individuo.

Entonces, como en los cuentos de hadas:

“Hace muchos años, en un reino maravilloso, todos fueron de piel blanca, ojos claros y vivieron felices para siempre”.

Llevamos siglos tratando de salir de ese script sin éxito, aunque avances sí ha habido y eso debe continuar. Cada vez hay más leyes apoyando la diversidad y se acepta que eso va mucho más allá del color de la piel. Las razas nunca se han mantenido en una forma pura. Del lado de la selección natural hemos tenido, a lo largo de la historia, migraciones, eras glaciales, epidemias y otros fenómenos más o menos perceptibles. Por nuestra parte hemos elegido en muchos casos, simple y sencillamente lo que más nos gusta.

El orgullo racial ha tomado fuerza y el cuento se ha ido llenando de personajes de colores, ideologías y preferencias sexuales diversas. El cuento poco a poco va incluyendo personajes principales que no son blancos, varones o con mucho dinero.

En el día a día esto ha pasado desde hace muchas décadas, pero como en nuestra sociedad pareciera que si no se muestra en las películas o las series no vale, ahora tenemos “inclusión”.

Dependiendo del país la inclusión racial en series y películas se ve de forma diferente. En México hubo una época en la que los personajes negros eran actores blancos pintados de negro, los indígenas eran actores blancos con la cara sucia y hablando mal el español. Es de dar risa y es muy ofensivo y discriminatorio. Esos actores podían terminar la filmación y “limpiarse”, mientras que quieres pertenecen a dichos grupos humanos no podían hacerlo (ni tenían por qué). Ahora en nuestras películas todos dicen groserías, son medio vivales, las diferencias se enfocan en llevar al ridículo a las clases sociales y hacerse burla unos a otros.

En países con inmigración masiva como nuestros vecinos del norte, las series ahora han pasado de ser blancas para tener francos problemas de amontonar en el elenco a tanta diversidad. Tenemos por ejemplo los grupos de investigación; en ellos encontramos: un negro, un blanco, un latino, un asiático, un judío, un musulmán, un europeo, etc., y como queda también el asunto de las preferencias sexuales, entre ellos mismos deben ser heterosexuales y miembros de la comunidad LBGT, vegetarianos, adictos, ex adictos, devotos, fieles, infieles y los que me falten.

El intento de inclusión llega al absurdo y se siente falso, ignoro si cada grupo se siente representado con justicia en México o en Estados Unidos, pero yo más bien creo que es como pintar con todos los colores de la paleta sin justificación estética de fondo.

Sí es mucho mejor que estén a que no estén, por supuesto que sí y es de celebrar el esfuerzo. El asunto de la inclusión forzada es que muy en el fondo el poder sigue recayendo en los blancos, los malos son todavía los rusos y ahora también los chinos, el islam y los narcos latinoamericanos.

Hay ejemplos finísimos de inclusión, se me ocurre por ejemplo la trilogía de Iñárritu: Amores Perros, 21 gramos y Babel; sobre todo esta última donde la realidad humana se ve reflejada en toda su magnificencia y su miseria.

Pido porque un día pueda haber inclusión realista y que quienes no puedan ser representados en esa ocasión particular sean incluidos en otras y no se sientan mal. Además, espero que la variedad se aprecie en donde más vale, como en las universidades, empresas, agencias espaciales, organizaciones, gobiernos. En el cine y la televisión no me importa si siguen batallando en crear híbridos multifacéticos, al final es entretenimiento y bueno, si los actores se enojan, sepan que son incluidos en muchos otros círculos de devoción.

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Lo que no se quiere ver pero ahí está.

Pocas personas podrán estar en desacuerdo con la sensación de tristeza, enojo y desamparo que tiene uno después de ver las noticias. Contradictoriamente, parecemos estar ávidos de consumir noticias sobre las desgracias humanas, no importa dónde sucedan, entre más crudas más tiempo pasan en las primeras planas y ahora con la posibilidad de demostrar solidaridad con un hashtag, en minutos el mundo sufre con las víctimas y con las naciones afectadas.

El volumen del sufrimiento es directamente proporcional al tamaño de la desgracia y a la cercanía que tengamos con la situación.

Quienes nacimos y vivimos en la Ciudad de México somos más susceptibles cuando hay un terremoto, los neoyorquinos son, casi sin duda, muy solidarios en caso de ataques terroristas masivos.

Nuestro infortunio y solidaridad disminuyen junto con el volumen de la cobertura en medios noticiosos y redes sociales. Esto es normal dado que las emergencias también tienen un ciclo de vida y llega un momento en el cual la reconstrucción se puede estancar por meses y otros temas se vuelven más relevantes. Si se trata de una guerra ya hasta se pasan por alto y se da por hecho que gente va a morir. En lo que va del 2016, las tragedias humanas a nivel local y mundial han sobrepasado la cantidad de encabezados disponibles.

¿Hace daño ver noticias violentas?

Varias personas me han preguntado esto o ha sido tema de conversación en reuniones sociales. Yo no considero que ser testigo del sufrimiento humano haga mal, para mí el daño viene de la indolencia hacia esas noticias.

Hace dos días vi el video del rescate de una niña de unos 3 o 4 años de edad de entre las ruinas en la ciudad de Aleppo en Siria, en el marco de una fallida tregua de menos de una semana. No sé cómo hicieron para encontrarla, el edificio donde estaba enterrada estaba derruido, ignoro qué era antes, pero en ese momento no era más que polvo y piedra. La niña se encontraba totalmente aprisionada, no había hueco ni espacio entre ella y el cascajo. Los hombres empezaron a cavar con las manos y a liberarla; primero su cabeza, luego un brazo y así hasta que salió. Ignoro cuánto tiempo les tomó, ella lloraba y los hombres hablaban el lenguaje universal de la desesperación. Al final del video me puse a llorar, esa mezcla de alivio al verla salir y el dolor de saber que la llevan a un hospital o a un refugio que tal vez sea bombardeado al día siguiente.

¿Me hizo daño?

No.

Me indignó, como me indignan los asesinatos de mujeres en mi país, los desaparecidos, los muertos por su color o ideología y sobre todo y por encima de todo, los líderes y gobernantes culpándose unos a otros con el eterno “quién arrojó la piedra primero” o justificando su inacción con la famosa declaración de: “El ajuste de cuentas”.

No se trata de verlo todo, hay imágenes que lo pueden acompañar a uno hasta la tumba, pero sí es importante saber y estar al tanto, qué más hubiera querido yo que abrazar a esa niña y traerla a vivir conmigo, quitarle el polvo y las heridas, prometerle que nada malo le va a pasar. Eso no me es posible, pero sí puedo proteger a mis hijas y a mí misma, elegir a mis gobernantes después de haberlos escuchado y cuestionado, no usar drogas, no robar, no humillar, no burlarme de los errores filmados y compartidos al instante para acabar con la vida pública y privada de alguien.

Hay que educarse y educar, hay que leer, hay que informarse. Yo lo hago por los miles de seres vivos que sufren y mueren inútilmente a diario. Haz tu parte.

Crédito de imagen de encabezado: Unsplash.com.

Sí, yo fui.

Asumir la responsabilidad debe inculcarse desde la infancia temprana de acuerdo con la etapa del desarrollo en la que los hijos se encuentren. Antes de los 6 años se empieza con situaciones simples: recoger los juguetes o evitar reponer todo lo que se haya dañado o roto a consecuencia de una acción directa del infante. Ojo, no se trata de regañarlo por haber roto algo, es solamente ir trabajando la causa y el efecto. Reponer un juguete roto por el niño o niña lo lleva a restarle valor al mismo y eso también es aprendizaje, el cual aplicará a otras situaciones en su vida cuando crezca.

¿Por qué nos cuesta tanto trabajo asumir las consecuencias de nuestros actos?

Durante siglos hemos asociado erróneamente las consecuencias con los castigos; en este punto me resulta imposible dejar fuera el papel de las religiones en la conciencia del bien Vs el mal y de la penitencia como formas de juzgar el comportamiento y de modificarlo.

¡Se lo tiene merecido!

Es un grito que todos hemos oído o proferido cuando existe un error, omisión o agravio cometido por una persona. No es de extrañar que, al intentar vivir bajo el parámetro del “bien”, todos salgamos raspados por el “mal”. ¿Qué hago entonces? Pues esconder el hecho, para no sufrir la penitencia o el castigo. “Yo no lo rompí, se cayó solo”, “Así estaba cuando llegué”, “No es cierto, ni iba tan rápido”, “Fue un accidente, sólo estábamos jugando”.

Detrás de esas excusas hay miedo, y ese miedo no nació solo, sino que nos fue inculcado con el ejemplo y la experiencia. Dicho aprendizaje nos viene desde la cuna, por eso inicié el texto con el ejemplo del infante.

Desde hace varias décadas, las escuelas han intentado cambiar el término del castigo por el de la consecuencia; de modo que si yo rompí algo debo reponerlo, si ofendí a alguien debo disculparme; esa es la penitencia apropiada, la que está desprovista del concepto de maldad. La maldad existe, pero esa obedece a otros procesos y en esos casos hablamos de un crimen, cuya consecuencia no siempre puede ser reparada en términos materiales o emocionales.

Los niños y niñas que son responsables del acoso en las escuelas y en los hogares, son infantes sin límites ni reglas, pertenecen a un desafortunado grupo de chicos que pueden tenerlo todo o que no tienen nada. En esos extremos se encuentra la mayor parte de los “bullies”. En mi experiencia profesional he tenido alumnos a quienes veo romper algo y negarlo de la manera más rotunda, lo cual convierte la labor de ayudarlos a asumir las consecuencias de sus actos en todo un reto.

En dichos casos lo mejor ha sido poner el ejemplo: aceptar mis errores, asumir las consecuencias de mis actos, disculparme, reflexionar en voz alta, cuestionar la validez de una excusa.

Como todo acto personal de salvamento de la humanidad, el ejemplo sólo afecta a un porcentaje muy pequeño del grupo, sin embargo, ese pequeño número de personas, así sea una sola, tendrá la posibilidad de replicar lo aprendido y de enseñar a otros.

Hay una calma inmensa después de haberse disculpado o haber reparado el daño causado. Las grietas se cierran en el afectado y en uno mismo, la autoestima se fortalece, la conciencia de ser mejor y de hacer mejor las cosas se impone sobre el evitar hacer algo o escudarse en culpar a alguien más.

Creo con firmeza en la capacidad de cada uno de lograr un cambio significativo en el entorno y no estoy hablando nada más de firmar peticiones en línea, lo cual logra cambios importantes, pero el efecto es muy lejano y cuesta trabajo identificarse con el triunfo o el fracaso del proyecto. La diferencia de hacerlo nosotros es vivir el efecto, sentir lo bien hecho y lo mal hecho en primera persona, ese aprendizaje es de las cosas más valiosas que puede uno enseñar a los demás.

¡Empieza por ti! y vive las consecuencias de las decisiones en tu actuar; vale la pena.

Crédito de ilustración de encabezado:
«Discúlpame»; 2016; Ilustración digital; Tannia Lozano; colección particular.