Violencia generalizada.

Tenemos mal entendida la frase popular: “Se hace la víctima”. Cuando se usa parece referir una conducta de vulnerabilidad simulada con el fin de obtener una ganancia. En esa premisa, la víctima solamente está actuando, exagerando su realidad para parecer indefensa. Desafortunadamente, eso ha sido usado por gente sin escrúpulos para explotar a sectores de la población quienes realmente se encuentran en situación vulnerable y son víctimas reales, o personas quienes sí se hacen pasar por víctimas y sacan algún tipo de beneficio.

Una víctima no elige su condición ni saca provecho de ella, minimizarla es una forma de normalizar la violencia; por ejemplo, cuando una mujer sufre abuso sexual por parte de su pareja es frecuente observar cómo se descalifica la agresión arguyendo que: la mujer se lo buscó, no tiene de qué quejarse porque la mantienen, así son los hombres e incluso, que en realidad le gustó y sólo busca evitar ser juzgada por su conducta sexual (“Bien que le gusta, pero ahí anda de chillona”).

Ahora bien, sí hay personas viviendo el rol de víctimas. En ellas se perpetúan conductas que derivan en malas decisiones. Es gente a quien “todo le sale mal” o “tiene al mundo en su contra”, hablamos de un problema conductual, no de aquellos quienes padecen algún trastorno mental que les haga más difícil su interacción social, personal y laboral. A estos pacientes se les puede ver inmersos en relaciones de abuso a consecuencia de su enfermedad o cometer abusos derivados de esta misma condición.

El común denominador que yo encuentro en todos los casos descritos, es que se debe atacar el origen del problema para solucionar la situación de la víctima. Es imperioso dejar de justificar los actos violentos. Las evidencias apuntan, de manera muy clara, a las graves consecuencias derivadas de las conductas agresivas, por ello, se debe trabajar en la erradicación de todo tipo de violencia. La sociedad perdona y alienta maltratos y abusos en distintas áreas, siendo el núcleo familiar donde más ejemplos podemos encontrar de ello.

Los gobiernos también tienen enormes cantidades de acciones violentas contra otros países y contra su propia gente. Una nación en pro de la guerra obtiene ganancias territoriales, venta de armamento, recursos naturales y posicionamiento político.

El fervor bélico de los humanos ha glorificado actos terribles llenándolos de héroes, batallas memorables y premia a quienes sirven a la patria en su defensa. De esa forma ocultan las atrocidades cometidas por esos mismos héroes. Ahora es común enterarnos de actos de nobleza por parte de los soldados cuando rescatan a algún perro o gato de los campos de batalla y, sin menospreciarlos, esos mismos soldados siguen órdenes para acabar con las vidas de seres humanos a quienes no les dan ni un ápice de esa compasión. En el asunto de las guerras todos tenemos las manos sucias de una forma u otra.

Etiquetar a alguien como enemigo, simplifica la justificación de actos violentos en su contra y se gana cuando se le destruye. Pero, si se llevan estos mismos comportamientos al seno de la familia, entender la ganancia de un hombre que golpea a su mujer y a sus hijos es más complejo. Para tratar de comprenderlo debemos profundizar más en la lucha del poder. Un hombre violento obtiene poder en la medida que dicha violencia aumenta, ese poder es un reforzamiento positivo porque al final, obtiene lo que desea de su familia y se hace de una reputación con sus amigos. Ese ejercicio indebido del poder normalmente se da en cadena, el todopoderoso es prácticamente inexistente, y hablando de todopoderosos, nadie tan violento como los dioses de la religión que se les ocurra.

La línea de agresión en la familia se hereda de padres a hijos y aunque es más común tener hombres violentos en casa, las mujeres también pueden agredir a sus hijos o a sus parejas con la misma vehemencia. La violencia en la familia se mantiene a sí misma, quienes son víctimas repiten el patrón al formar otros núcleos familiares o bien, se convierten en los agresores. Ahí también encontramos el nacimiento de muchos de los casos de abuso escolar.

Como especie hemos sido portadores de violencia a todos los seres vivos y al planeta mismo. Los actos de crueldad contra los animales van desde la maldad pura, hasta la experimentación en pro de la ciencia. La contaminación y explotación de los recursos de la Tierra va más allá de poder de recuperación de la misma.

Debemos darnos cuenta como todos esos actos son variantes de conductas violentas, el desequilibrio es ya muy importante, tanto que la posibilidad de una vida digna para millones de seres vivos en el mundo es inalcanzable en el mediano plazo; sobre todo porque para conseguirlo, quienes lo tienen todo deben renunciar a sus excesos para redefinir el concepto de bienestar y redistribuirlo.

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La vida después de que se tira del gatillo.

Como padres de familia hay gran impotencia cuando nuestros hijos se ven envueltos en hechos violentos. Uno no desea verlos sufrir y mucho menos si se trata de un ataque como el vivido en la escuela de Monterrey o los cientos ocurridos en escuelas del vecino país del norte. El solo pensar en la posibilidad de que nuestros hijos pudieran morir o salir lastimados físicamente es una de las pesadillas de todos quienes somos padres.

Pero otra pesadilla, tal vez peor, es enterarnos de que fue uno de nuestros hijos o hijas quien llevó a cabo un acto de esa naturaleza.

Pensar que nuestro hijo es “malo” no viene en la programación diaria de nadie. Uno los educa de la mejor forma posible y dudo muchísimo que existan casos en donde los padres busquen, de forma consciente, tener un hijo capaz de matar a sus semejantes o de hacerse daño a sí mismos. El hecho es que sucede y enfrentarlo no es sencillo.

Es común para muchos progenitores ser llamados a la escuela porque el hijo o la hija acosa a los compañeros. Así ha sido desde hace siglos, la lucha de poder no tiene fecha de caducidad. La negación en los padres del agresor puede variar: “Mi hijo es incapaz”, “Sólo se estaba defendiendo”, “Así son los niños”, “¿Verdad que nada más estaban jugando?” Cuando los padres aceptan el hecho muchas veces no son capaces de poner un remedio y tan sólo una pequeña minoría consigue detener y corregir la conducta de forma adecuada; esto es sin recurrir a la violencia en casa.

Las cosas cambian cuando los hechos son de naturaleza criminal, o sea, susceptibles de ser juzgados por la ley, ahí no hay defensa que valga ni tolerancia por parte de la comunidad. Una vez realizado, la vida de víctimas y perpetradores cambia para siempre.

Los padres serán juzgados y declarados culpables por la mayor parte de la opinión pública; sea por una agresión a otros o una agresión personal, como en el caso del suicidio. Se pondrán en tela de juicio sus valores, la educación que dieron a su familia, sus antecedentes, gustos y así hasta las más mínimas faltas. Esto sucede por la dificultad de entender un ataque violento, la gente busca respuestas de forma inmediata para enterarse del porqué, pero más importante, para alejarse del espectro de la culpa y del escrutinio. En el fondo todos encontramos similitudes en la familia del agresor y tenemos miedo de que otros las encuentren también. No se puede culpar por ello a las personas, sin embargo, para los involucrados sólo complica la ya de por sí, imposible situación por la cual atraviesan.

Tuve el infortunio de ser partícipe de una de estas crisis escolares y les compartiré cómo viví esa situación como madre.

Un joven muy querido por la comunidad escolar y en particular por mi familia, intentó quitarse la vida en la prepa donde estudiaba una de mis hijas. Ella fue testigo de cómo lo sacaron en camilla del salón totalmente ensangrentado justo cuando sus padres llegaban al colegio a enterarse de lo sucedido. A mí me llamó por teléfono y nada más me dijo que las clases se habían suspendido y me pidió ir por ella a casa de un compañero. Cuando iba de camino, recibí una llamada de una amiga para preguntarme si mi hija estaba bien y de si ya me había enterado de la balacera en su escuela. Recuerdo con claridad el escalofrío en todo el cuerpo y la confusión, ¿cómo que una balacera?, si yo justo acababa de hablar con mi hija y no me dijo nada. Colgué con mi amiga y le llame a su celular (en esa época no era tan glamoroso como hoy en día y dudé que me fuera a responder), cuando contestó le pregunté lo que en realidad había pasado y sólo me pudo decir el nombre de su amigo involucrado.

Llegué por ella, la encontré en estado de shock, entre ella y un amigo me pudieron decir el nombre del hospital donde se encontraba y nos fuimos para allá.

Con muy pocos detalles entramos y me encontré con la mamá de este chico; nos dimos un abrazo en el que yo traté de hacerle sentir mi cariño y comprensión, pero nada más la sentí deshacerse de dolor.

En la sala de espera del muy escueto y rudimentario hospital, nos encontramos sentados en dos grupos; de un lado los compañeros de la escuela y por otro lado las mamás y papás. Lo único que supimos en ese momento fue que el chico había intentado suicidarse en un salón vacío, se disparó en la boca con una pistola calibre .45mm y estaba en el quirófano luchando por su vida; el arma era de su padre.

La pregunta de todos los presentes era la misma: “¿Por qué un chico tan estudioso, talentoso y amable haría algo así?” En ese momento era imposible saber nada y lo único por hacer era quedarse ahí, en silencio, siendo testigos del dolor de una familia y dando gracias por no estar en sus zapatos.

En mi caso tuve que ayudar a mi hija a salir del shock en el que se encontraba, desarrolló Síndrome de Estrés Post Traumático y fueron muchos meses de trabajo continuo y de repercusiones importantes en su vida. Al final, ella salió adelante afortunadamente. Con el paso de los días la magnitud y las causas del evento se hicieron más claras. Al chico le encontraron en su casillero muchos cartuchos útiles y algunas jeringas con heroína. Fue dolorosísimo para mí enterarme de eso y sentir que no pude darme cuenta antes para tratar de hacer algo para evitarlo.

Se especuló, por parte de la policía, que este muchacho habría planeado un ataque a sus compañeros y al arrepentirse decidió quitarse la vida. Eso no se va a saber nunca y prefiero pensar que no era esa la razón por la cual lo hizo.

La escuela ofreció todo el apoyo psicológico y se tuvieron muchas juntas con el director para expresar nuestro dolor y nuestras opiniones. Se discutió la propuesta de revisar las mochilas de los alumnos al entrar al colegio y se alzaron voces a favor y en contra. Preservar la privacidad es un asunto muy delicado, aun si se trata de evitar actos como este. Al final se votó por instalar cámaras de seguridad en los pasillos y en el área de casilleros, todos nos comprometimos a estar vigilantes y atentos de nuestros hijos e hijas, ayudarlos y fomentar la comunicación entre nosotros.

Los alumnos se organizaron para establecer una cadena de comunicación anónima para reportar a chicos con cambios en su conducta, datos de depresión o de agresividad. El resultado fue positivo y se creó un vínculo poderoso entre todos ellos (debo aclarar que se trata de una comunidad escolar pequeña). Muchos chicos cambiaron sus actitudes de riesgo, algunos dejaron de tomar o de manejar rápido. Cada quien procesó el evento tratando de rescatarse después del dolor sufrido.

El joven sobrevivió después de más de 10 cirugías, más de 6 meses en coma y años de rehabilitación. No tiene recuerdo de lo sucedido y tristemente su capacidad física y mental quedó dañada. La vida de su familia cambió para siempre y en la actualidad viven con la tranquilidad de haber hecho y estar haciendo todo por la salud y bienestar de su hijo. Seguimos en contacto esporádico con su familia y con una lección aprendida de por vida.

Culpar a la familia por tener un arma no es justo, tampoco lo es no saber cuándo tu hijo consume drogas o si tiene algún trastorno mental; como dije al principio, los padres no esperamos que los hijos estén mal.

A veces los otros pueden saber esos detalles mejor que los mismos padres. En el caso que narro, uno de los compañeros sabía del consumo de estimulantes por parte de su amigo porque ya le había ofrecido para “mejorar la concentración”, pero, a pesar de comentarlo con su familia, no sintieron que fuera apropiado ir con el chisme con la mamá de este muchacho. Otros de sus compañeros lo notaron más exaltado que de costumbre una tarde antes y otros más habían leído un ensayo reciente en donde manifestaba ideas muy negativas nada propias de él. Nada de esto puede resultar relevante sino hasta después de una tragedia. Determinar si los actos de omisión de cada una de esas personas hubieran cambiado el destino es mucha especulación. Muchos van a quedarse con esa espinita clavada y es posible que los vuelva más sensibles ante futuras situaciones.

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Las causas tangibles se defienden mejor que las intangibles, aun si son menos apremiantes.

Muy complejo este fenómeno del descontento. En los últimos días hemos vivido una ola de enojo y frustración que encontraron puerta de salida con el aumento al precio de la gasolina. Es un insumo vital, de él depende el precio de una gran cadena de productos y servicios; esto aplica para quien tiene auto como para quien no. La vehemencia y violencia con la cual se han llevado a cabo las manifestaciones en contra, engloban un hartazgo de décadas de engaños, mentiras y corrupción por parte del gobierno y los partidos políticos. Todos nos vemos afectados por el alza en los precios de cualquier cosa y la gasolina ha conseguido unir a grupos que, de otro modo, se enfrentarían entre sí. Parece increíble, pero lo que no han conseguido las marchas por la paz, las mujeres o los derechos humanos, lo hizo este petroquímico.

Por supuesto estamos mucho más indignados por la violencia o las atrocidades de una guerra, sin embargo, la concepción de violencia o de paz, es abstracta y significa algo distinto para cada uno; por ejemplo, hay familias cuyos métodos de educación contemplan golpear a los hijos y religiones en las que la mutilación genital de las niñas es lo más normal. La falta de paz cuesta más que la gasolina, pero no es tan sencillo ponerle signo de pesos.

También con el paso de los días, la esencia del enojo se ha ido diluyendo, ahora tenemos grupos políticos colgándose los escapularios y defendiendo en las calles lo que votaron en las cámaras, grupos sindicales con las mismas consignas de siempre pero ahora con el término: “gasolinazo” en las pancartas.

Conste que no estoy hablando de las ventajas o desventajas del libre mercado, sino del trasfondo psicológico del descontento social, a mi muy humilde modo de ver.

Existen tantas razones válidas por las cuales alzar la voz, no resulta sencillo ponerlas en orden jerárquico, más bien debemos lograr mantener una línea de queja y manifestación cuyos objetivos no se vean diluidos en otros temas. Creo que es ahí donde todos perdemos. Las manifestaciones vieron ejemplos de lo peor de la sociedad en el asunto de los saqueos (no importa si fueron infiltrados o advenedizos) y mostraron lo mejor de nosotros con la defensa de los comercios o los arrestos civiles.

Cuando algo se puede medir en términos claros para todos, es más sencilla la identificación con el objeto. A lo largo de la historia nos hemos ido poniendo de acuerdo en la cuantificación de distancias, tiempo, volumen, etc., todo ello es observable y comprobable de modo matemático. Las causas sociales tienen esa desventaja, no hay una unidad de medida para el bienestar.

Organizaciones como el Foro Económico Mundial presentan gráficas y estudios con “indicadores” basados en encuestas y mediciones del Producto Interno Bruto u otros elementos de la economía de los países. Esas medidas de bienestar pueden ser ridículas cuando se analiza más de cerca la situación de algunos grupos en específico. Aun así, son un esfuerzo necesario para ponerle cara a dichos asuntos.

Las explicaciones científicas son otro tipo de evidencia, la cual tiene el grave problema de ser comprendida por un porcentaje muy pequeño de la población, ese desconocimiento nos hace creen en historias falsas, ahí están los alimentos que curan el cáncer o las recetas para perder peso mágicamente. Como ejemplo tenemos al cambio climático, el cual, a pesar de estar demostrado científicamente, tiene detractores con posturas absurdas, curiosamente son los mismos en contra de la vacunación o de enseñar la teoría de la evolución en las escuelas, o sea, ejemplos de la poca validez que puede tener incluso la verdad fehaciente, ¿Qué podemos esperar de los problemas donde todos sentimos tener la razón y la solución al alcance?

No nos falta capacidad de acción, nos falta unión y poder ver más allá de la manipulación de quienes llevan agua para su molino. El gobierno se está viendo orillado a cambiar, la cosa es hacer válido este momento y no dejarnos enredar por las mismas promesas y voces de todos quienes han vivido a nuestras costillas arropados por sus partidos políticos. Hay nuevas posturas, nuevas propuestas de gente con el interés puesto en el bien común.

Se vale emocionarse y volver a creer que la Selección Nacional ahora sí va a ganar el Mundial, pero ya es peligroso caer, por enésima vez, en las redes de los mismos cínicos, todólogos de cada seis años.

Debemos pasar de compartir las frases motivacionales en redes sociales a transmitir la motivación y buscar soluciones a los problemas que nos están hundiendo.

A todos, de un modo u otro, nos están dando agua en vez de quimioterapia y no podemos permitirlo.

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La abrumadora tarea de hacer el bien.

De tragedias estamos llenos hasta el tope, las tenemos de todos los tipos y tamaños, ninguna es más importante que la otra, pero algunas son más urgentes. Querer acabar con el infierno de la gente de Siria o Yemen es más que justificado, luchar para exigir a los gobiernos el fin de la violencia en las calles o el narcotráfico es imperioso, salvar a los humanos del hambre y la explotación no puede quedar excluido de la lista de los 10 más importantes y así me puedo seguir con la violencia de género, los asesinatos, el secuestro o la esclavitud (que sólo está abolida en los libros de historia).

Todas tienen en común su dimensión dantesca y la dificultad para el ciudadano promedio de hacer algo al respecto. Por más que me indigne, no estoy en capacidad de adoptar a un niño huérfano por un conflicto bélico ni de ir a dar agua de vaso en vaso a quien no la tiene. En estos tiempos de indignación en redes sociales se estila firmar peticiones que lleven nuestros reclamos a quienes (en teoría) tienen la posibilidad de resolverlo. A mi modo de ver, esta práctica tiene varias lecturas. Es cierto que hay casos de éxito, pero son más los casos de fracaso o aquellos en el limbo al no obtener respuesta satisfactoria.

De acuerdo con el sitio Aristegui Noticias, en el 2015, la plataforma change.org logró 108 victorias; me fui al sitio y encontré victorias muy buenas, como la venta de boletos para personas con discapacidad en sitio web y puntos de venta por parte de la compañía de autotransportes ETN o la eliminación del estado y el emoticón: “Me siento gorda” en la plataforma Facebook. Otras de menor impacto como otorgar pasaportes a dos niños o evitar la eutanasia de un perro también son meritorias. Lo que no pude encontrar es cuántas peticiones han sido rechazadas o no se han cumplido aún. No pretendo lapidar esa iniciativa, sólo mostrar que incluso con el apoyo de miles de personas, el efecto no siempre es el deseado.

Nos enteramos de aquellas exitosas, por ejemplo, el rescate de Bana Alabed de 7 años, quien escribía por Twitter desde Aleppo. Dichas historias se hicieron virales en redes sociales y la presión social funcionó, sin embargo, no podemos olvidar la ganancia política o económica para quienes rescatan, como lo está siendo para Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía quien publicó fotos de él cargando a la niña Bana y resaltando el papel de su país en el rescate de los sirios, mientras encarcela o ejecuta por cientos a quienes intentaron un golpe de estado en su contra.

Lo que considero debe cambiar es la actitud hacia los problemas. Uno puede hacer mucho desde su trinchera, es tan simple como tirar la basura en su lugar, evitar los actos de corrupción, cumplir con nuestras obligaciones, no apoyar a quienes son violentos con otros seres vivos, educar en el respeto, donar a grupos dedicados al rescate y protección de la vida silvestre, etc.

Repito, yo no puedo adoptar a un huérfano de guerra, pero sí puedo donar $200 pesos al mes al UNICEF, pagar la esterilización de un gato callejero, apoyar a un comercio local, donar ropa en buen estado, o tan solo ser amable con quien trato a diario.

Debemos seguir haciendo algo contra las injusticias, así sea una niña la que se salve valió la pena, pero también debemos sentirnos bien por esos pequeños triunfos diarios en favor de alguna causa y proponernos llevar a cabo al menos un acto de bien al día. De preferencia algo tangible, no como el Vaticano que sólo manda sus condolencias.

 

http://aristeguinoticias.com/2412/mexico/108-victorias-a-traves-de-change-org-este-2015/

https://www.change.org/es-LA/victorias#most-recent

https://www.change.org/petitions

http://www.bbc.com/news/world-middle-east-38392286

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Los otros derechos de los niños.

Los derechos del hombre se redactaron allá en la consumación de la Revolución Francesa, después se vino la lucha por el reconocimiento a los derechos de las mujeres a principios del siglo XX. En el caso de los derechos de los niños, esta propuesta se inició en 1924 pero no fue sino hasta el 20 de noviembre de 1989 que fue adoptada de forma unánime en la ONU. Es el tratado más ratificado de la historia, con 192 países al día de hoy; sólo faltan Somalia, quien carece de un gobierno establecido y los Estados Unidos, quienes, de acuerdo con la Página de preguntas frecuentes de la ONU (1), no lo han hecho porque todos los tratados que firma son analizados de forma exhaustiva y no revisan más de uno a la vez. En este momento llevan 17 años discutiendo si se va a ratificar la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. Caray, no sé qué decir a este respecto, así que por el momento volvamos a los niños.

Al tener el periodo de crianza más prolongado de todas las especies animales del planeta, es cierto que hay mucho por hacer y las responsabilidades de los progenitores son numerosas. De nosotros depende su primera instrucción, su seguridad física y emocional, al igual que su integración al mundo social, primero en casa y luego al exterior. Como padres ayudamos en la transmisión del lenguaje y la cultura; dando nuestro toque personal, ya sea apoyando a un equipo de fútbol en particular o con alguna frase o palabra distintiva de la familia.

La aplicación los derechos de los niños debe empezar a gestarse en el hogar y no dejarlo a programas de gobierno o a situaciones de crímenes graves. Es en este trato diario que podemos aplicar otro tipo de apoyo al desarrollo de los niños enmarcado en un espectro de derechos muy importantes y muy ignorados por la mayoría de los padres y adultos a cargo del cuidado de los infantes.

Detrás del consabido: “Sólo son niños”, se esconde un mar de agresiones involuntarias (en el mejor de los casos). Ahí tenemos el respeto a la opinión de los hijos, el cual es inexistente bajo la sombra de la autoridad de los padres y de la noción de incapacidad e ignorancia que se atribuye a los menores de edad. En efecto, la opinión de los hijos sobre cómo se debe gastar la quincena no siempre es buena idea, pero sí lo es dejarlos opinar y decidir sobre los artículos que vayan a ser de ellos, como el sabor del jugo, el color de la pijama, la portada de los cuadernos, etc.

Los niños y las mujeres se ven sujetos a un tipo de violencia en donde se les hace invisibles, esto quiere decir que el hombre toma las decisiones en casa con respecto a todo: salidas, vestido, diversiones, amistades, gastos, estudios, religión, música y por supuesto los castigos. Esta omisión es doblemente grave en el caso de los niños, ya que la sufren a manos de todos los adultos a su alrededor. De ahí la importancia de las consultas públicas dirigidas a los niños que se dan en periodos electorales.

Como padres y maestros es muy difícil no reírse o sentir ternura por este o aquel comentario, es más, no sólo nos vamos a reír, también se lo vamos a contar a todos durante muchos años para compartir aquella ocurrencia. Es de verdad parte del amor que nos tenemos y para muchos padres de familia, no hay reunión completa sin relatar las anécdotas familiares; todos nos hemos visto sujetos a esas situaciones y hemos contraatacado con hermanos, hijos, etc.

Ya que es prácticamente imposible evitarlo debemos intentar fortalecer otras áreas de la autoestima en construcción. En este departamento, el respeto a las opiniones es fundamental y si nuestro hijo o hija expresan su sentir sobre algo, lo último que deberíamos hacer es soltar la carcajada (eso lo podemos dejar para cuando estemos a solas). Cuando a uno lo toman en cuenta, no importa nuestra edad nos sentimos bien con nosotros mismos y valoramos más a quien nos haya apoyado. Al poner atención a los comentarios y opiniones de los infantes estaremos dando los siguientes mensajes:

  • Tu opinión es importante.
  • Está bien que expreses tu sentir.
  • Te estoy prestando atención.
  • No te interrumpo.
  • Te doy tu lugar.
  • Me importa lo que dices.
  • Cuando alguien habla, la otra parte escucha en silencio.
  • Puedes confiar en mí.
  • Aun si estás triste o enojado puedes ser escuchado sin ser juzgado.
  • Puedo no estar de acuerdo contigo y seguirte queriendo.
  • Puedes no estar de acuerdo conmigo y no me voy a enojar.
  • Tienes derecho a ser escuchado y que tu opinión se respete.

Esas son sólo algunas, las que se me ocurrieron mientas reflexionaba sobre este tema; dependiendo de la edad del infante y la circunstancia, el efecto va a ser más o menos profundo en ellos y en nosotros.

Lo que es innegable es el futuro de una generación de niños a quienes se les permita expresarse y ser escuchados, a quienes se les vaya acostumbrando a respetar las opiniones de los demás y a exigir el respeto a las suyas. El impacto en cuanto a la disminución del acoso escolar, el respeto de género y el éxito en el trabajo en equipo, serán visibles antes de que terminen la primaria.

¿Se imaginan cómo funcionaría el Senado y la Cámara de Diputados con los egresados de este tipo de educación?

Pues piensen ahora que estamos en la posibilidad de lograrlo con sólo dar a los niños el trato digno y respetuoso al que tienen derecho.

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  1. Unicef (2016). Convención sobre los Derechos del Niño. Recuperado el 8 de noviembre de 2016 de: https://www.unicef.org/spanish/crc/index_30229.html

Educar en la inclusión en un entorno racista.

Una de las mayores preocupaciones que tengo como madre es si he sido capaz de educar a mis hijas para ser incluyentes, respetuosas y responsables a pesar de mis prejuicios e inseguridades; porque vaya que tengo algunos.

Los hijos se nutren de uno y aprenden de nuestro ejemplo, por más que les hable de la importancia de la higiene, si no lavo la ropa y no me lavo los dientes, la contradicción es más que evidente; la vista es más poderosa que el oído, sobre todo a edades en donde la abstracción y el vocabulario, lo mismo que la atención, no son el fuerte de la persona.

La solución fue cambiar yo; volverme lo que yo deseaba para ellas. Así fue como me hice feminista, incluyente, paciente, tolerante a la diversidad sexual y lo que se vaya necesitando, todo en la medida de mis limitaciones claro está.

Soy una ávida lectora y de ahí tomé ejemplos, los mejores tal vez, de obras de ciencia ficción, en ellos he hallado más humanismo que en muchos textos filosóficos o académicos. De cualquier forma, leí sobre el tema, estudié mucho y me cuestioné en mis más básicas creencias.

En el mundo actual, la inclusión y el respeto son una necesidad, no sólo por la variedad de humanos con quienes coexistimos, sino, por el resurgimiento del nacionalismo y el orgullo xenofóbico de los últimos años. Esta misma exacerbación del radicalismo de lo que sea, obliga a los padres a manejar el tema con mucho cuidado para no poner a los hijos en riesgo de ser agredidos en la defensa de los derechos propios o ajenos.

Una fórmula que me ha funcionado con mis hijas, mis alumnos o mis pacientes, es aceptar las diferencias de los demás como algo natural, no como la excepción. Para mí, ser incluyente implica estar inmerso en la diversidad como si no lo estuviera; o sea, tratar a todos con respeto, amabilidad, cordialidad etc., no por sus diferencias, más bien por sus semejanzas con nosotros.

Para muchos de nuestros hijos esto ha sido más fácil de lo que fue para nosotros. En primer lugar, los “diferentes” ya somos todos. Una escuela incluyente debe aceptar alumnos de todas las razas, creencias, preferencias sexuales, capacidades físicas e intelectuales. Al hacerlo con éxito, normaliza a todos y los chicos van creciendo sin cuestionarse si alguno es mejor o peor. Ahí el problema somos los padres, nosotros fuimos educados en el racismo y el clasismo, entonces, si nuestro hijo nos presenta a las dos mamás de un amigo como lo más normal y nosotros al llegar a casa ponemos el grito en el cielo y le decimos que eso está mal, nuestro hijo se vuelve homofóbico por culpa nuestra.

Uno debe poder estar bien en una mesa con gente de cualquier color, creencia, etc. No se trata de amarlos y a todos ni de estar de acuerdo con todos sólo por ser diferentes, el requisito esencial es el respeto porque todos lo merecemos, no es hacer un favor. Si como adultos estamos a gusto en una reunión de amigos y los consideramos nuestros iguales, lo más probable es que la velada sea un éxito, si en ese mismo grupo llega alguien a quien percibimos como diferente (inferior o superior) y el ambiente no cambia y seguimos de lo más contentos, podemos decir que nuestra reunión es incluyente.

Ahora bien, aun si en casa se tienen ideas distintas sobre la religión o la sexualidad, yo creo que los padres no tenemos derecho a prohibirle a nuestros hijos ser mejores seres humanos de lo que hemos sido nosotros. Si empezamos por re-educarnos en esto de los derechos humanos, ayudar y aprender de nuestros hijos será mucho más sencillo.

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“Diga No a…” La oposición porque sí.

La gente que no se involucra difícilmente tiene algo de qué quejarse, es más, hay muy poco de legítimo en el reclamo de quien no tiene ni idea de la situación. Por eso mismo, oponerse o apoyar algo debe hacerse con base en la información y no es nada fácil estar al tanto de todo o recabar la información sobre algún tema en específico cuando se trata de cosas muy locales.

En donde vivo hay planes para la construcción de un viaducto elevado y la reubicación de un paradero de autobuses foráneos. Para ello, se deben talar árboles y la oposición no se hizo esperar. Los vecinos se han organizado para manifestar su molestia y con las consignas de: “No al viaducto elevado de cuota”, “No al ecocidio”, han distribuido cientos (si no es que miles) de volantes, mantas y carteles. Más allá de lo absurdo de defender a los árboles imprimiendo en papel, yo no he oído a ninguno de todos los que me piden apoyo una razón válida para oponerse. Que se haga una salida directa a la carretera y se descongestione uno de los paraderos más infames de la ciudad no me parece mala idea.

Uno de quienes se oponen me dijo: “Eso sólo va a beneficiar a los del Estado de México, y a mí qué me importan los de allá”.

He ahí el meollo del asunto. Los de allá son iguales a los de aquí y los beneficios para unos pueden ser también para los otros. Se me ocurre, por ejemplo, la disminución del tráfico en la zona, el establecimiento de negocios debajo de los puentes nuevos y reorganización del paradero de la muerte.

Si mi casa tiene un cuarto inundado no lo puedo dejar así nada más porque yo no duerma ahí. Es muy representativo del nacionalismo mal entendido, el mismo que está ganando elecciones en todo el mundo.

Este efecto de estar en contra de algo por defender algo más noble (como los árboles), tiene otros tintes muy desafortunados porque es tomado como bandera política para conseguir votos, en el caso que comento, el proyecto de construcción es Federal y el delegado es de otro partido. Entonces, muchas de las mantas y los volantes tienen, por qué no, su cuenta de Twitter y su más sentido reclamo ante esta situación.

Que él mismo tenga la delegación llena de hoyos, sin alumbrado, sin recolección de basura, con mercados que llevan más de 5 años sin terminarse, que haya puesto banquetas nuevas dos semanas antes de que la compañía de luz tuviera que quitarlas todas para meter cableado y por encima de todo, su absoluta colusión con quienes dirigen el comercio informal en el paradero de los Indios Verdes, parece olvidarse cuando se decide salvar los árboles de un camellón.

Eso es lo que me molesta, tal vez el proyecto del gobierno no va a tener el beneficio prometido (no sería la primera vez) y oponerse a su construcción sea lo mejor, pero al final los beneficiados no somos los ciudadanos, son aquellos que sacan partido de la situación llevando agua a su molino.

Vivimos en un mundo lleno de gente buscando un lugar donde vivir que no deba sacrificar nada por el bien común; que no haya escuelas, oficinas, gasolineras, supermercados, que nadie se estacione en la calle, etc. Bueno, tenemos fraccionamientos donde debes construir de acuerdo con un estilo o donde las entradas para el personal de limpieza, proveedores, visitas, etc., son distintas a los de los colonos y dudo que la seguridad sea el motivo en este último caso.

También vivimos en un mundo en donde nos oponemos a lo que está de moda como comer carne, a lo que no nos importa, pero ahí estamos, como en el caso de los desalojos legítimos o lo que digan quienes nos caen mal como le pasa a López Obrador con todo y todos.

El máximo ejemplo de oposición por que sí es, sin duda, la Cámara de Diputados y de Senadores, ahí la consigna es muy sencilla: si no es de mi partido no pasa. Igualito que mi vecino a quien no le importan los del Estado de México.

Si no sabemos escuchar o si no sabemos analizar, quejarnos es un problema para aquellas cosas legítimas o de provecho para todos.

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El sueño americano, el del continente americano, debería ser individual.

Así como cada noche soñamos cosas únicas, nuestras existencias bien podrían serlo también. La logística no es sencilla y es, en el mejor de los casos, una utopía.

¿Por qué digo: “en el mejor de los casos”? Cuando nos vamos a los deseos y fantasías individuales, los resultados van desde lo ingenuo hasta lo perverso. La vida ideal no puede ser la que cada uno anhela. Es por ello que como sociedad hemos ido ajustando el ideal de la población dentro de los límites de lo legal, lo moral y lo ético. Hay por ahí individuos incapaces de cumplir con dichos parámetros y tenemos las alternativas a la legalidad y a la moral: delincuencia en todos sus niveles y no pocos casos de neurosis y depresión.

La realidad es que, las políticas de gobierno sí son instrumentos poderosos para moldear el comportamiento de la sociedad. Muchas veces hace falta solo una campaña para alterar ciertos patrones. Por ejemplo, en los años 70’s se estableció una política de poblacional de control natal: “La familia pequeña, vive mejor”. Su principal objetivo era lograr que las familias mexicanas tuvieran menos hijos; dos de preferencia. Esta idea no se lo ocurrió a nadie aquí, fue una respuesta al incremento en la población posterior a la primer y segunda Guerras Mundiales, el cual, en un principio, era necesario para repoblar las ciudades que se vieron diezmadas después de medio siglo de conflicto armado. De ahí que la generación de los nacidos en los 40’s y 50’s es conocida como: “Baby Boomers”.

Como nuestra especie tiene pocos depredadores, aparte de las bacterias, virus y de nosotros mismos, el objetivo se cumplió en un plazo corto. Ese efecto en México fue distinto debido a que no participó en la guerra de forma directa y los mexicanos no murieron en millones como sí lo hicieron los rusos o los judíos, por ejemplo. Nuestras costumbres religiosas y sociales, como la familia extendida, eran suficientes para conformar hogares con muchos hijos. Y como lo que sí nos alcanzo fue la crisis económica, tener familias más pequeñas liberaba de una carga importante a los gobiernos. Otro factor importante fueron los inicios de las urbes sobrepobladas. Nuestro recientemente extinto Distrito Federal, ya contaba con algunos millones, y la falta de vivienda y de recursos se empezaba a hacer evidente. Como consecuencia, la ciudad se adaptó y se empezó a vivir para arriba; se erigieron los multifamiliares en diversas zonas de la ciudad y el espacio vital se redujo a menos de 100m cuadrados.

La medida tuvo éxito y las familias de la Ciudad de México pasaron de los 6 a los 2 hijos. Se suponía que lo hijos partirían del hogar en la adultez temprana para establecer sus propias familias de dos hijos y en muchos casos así fue. Sin embargo, las repetidas crisis económicas (locales y mundiales) hicieron que incluso las casas con pocos, hijos empezaran a sufrir, y las garantías del sueño americano (insisto, del continente), quedaron sin verse realizadas.

Es muy duro enfrentar la pérdida de un sueño cuando es propio; ser piloto aviador o un chef famoso, pero el efecto del sueño no cumplido a nivel nacional ha sido devastador.

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Para los nacidos después de 1970, la promesa de que una carrera universitaria vendría acompañada de un trabajo bien remunerado y, por ende, la separación de la familia de origen, no se cumplió, peor aún, las familias han vuelto a permanecer en casa de los padres después de casados con hijos y todo. Esto no es un regreso a la familia extendida, esto representa meter a 8 personas en los mismos 70 metros de departamento, y eso sí ha creado un nivel de neurosis y un aumento de la violencia al interior del núcleo familiar. En los límites de la ciudad tenemos la vista siempre gris de las casas construidas de forma irregular y a las que se les van agregando pisos según van regresando los hijos e hijas con sus familias propias.

Tener una propiedad es un lujo y acabarla de pagar un reto.

¿Cuál es entonces nuestra responsabilidad?

A mi modo de ver es soñar con logros propios basados en el respeto y la compasión por el resto del mundo, educar en la realidad y la objetividad a los hijos y no dejar que les vendan el mismo sueño para que después se convierta en pesadilla. Si sus hijos deciden no ser padres, está bien, si no les es posible salir de la casa familiar, se deben establecer reglas justas de convivencia y aportaciones económicas, si emigran está muy bien, si viven entre amigos está bien, si rentan un estudio y viven solos qué bueno. Lo que sí no se vale es soñar por otro, no se vale imponer los deseos propios a una vida que no es nuestra; debemos evitar, a toda costa, que las generaciones que nos siguen compren el paquete de plan de vida asegurado que les venden, porque sabemos muy bien que no existe.

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¿Qué prisa pues? Piratería en la época de los Millenials.

 

Para quien no ha esperado una carta dos semanas o para quien no ha hecho la tarea en la biblioteca, esperar más de 1 minuto es una eternidad.

No es que nuestros hijos hayan nacido con prisa, es tan sólo el mundo que les tocó, en donde todo sucede en segundos (minutos si mal les va). Esa realidad transforma al ser en sus procesos más básicos. Hay una solución al alcance de la mano, una aplicación o un programa diseñado para resolver; entonces, la tolerancia a la frustración es menor. Y como dije, no es su culpa, sin embargo, no todo el mundo puede ir a esa velocidad, empezando por los padres y no se diga los abuelos. Las bromas de cuánto se tarda uno en contestar un mensaje o en encontrar una pestaña en la pantalla, no tienen misericordia. El nuestro era un mundo en el que las cosas se tardaban y uno así lo asumía.

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Un área en la que la tardanza es muy difícil de manejar para muchos es la de las series de televisión. Ya sea que vean los 10 o más capítulos de la temporada de un jalón o bien, que accedan a ellos en sitios ilegales, la urgencia no justifica los medios.

El trabajo creativo suele verse como altruista, todo se comparte, todo parece fácil, total, es una foto, una canción, un poema, un dibujo, etc. Cuando se trata de una película o serie, la gente se comporta de modo voraz y no repara en daños con tal de acceder al contenido lo antes posible. Lo peor es que lo reconocen sin problema y aseguran que, el asunto no puede esperar.

Este es un tipo de piratería muy común en todos los rangos de edad, ya sea que se compren los DVD’s en puestos ambulantes o se usen aplicaciones ilegales, la prisa manda. El daño parece poco porque el efecto no se palpa al momento de ver una serie por ejemplo, en Pop Corn o Cuevana, la afectación es directamente a la cadena creativa; todos los involucrados en la elaboración y producción, desde los directores hasta los que venden el material original, sufren pérdidas importantes y su labor se ve mal redituada. Tal vez no me refiero a los sueldos millonarios de los actores principales, yo hablo de ellos y de todos cuyos nombres no vemos porque nos salimos antes de la sala o le adelantamos a las “letritas” del final.

Es una práctica tan generalizada que está acabando con productoras pequeñas y le resta trabajo y oportunidades de desarrollo y crecimiento a miles de personas.

A todos mis queridos Millenials y amantes de las series de todas las edades, la verdad es: “¡No hay prisa!” y los famosos Spoilers no son justificación para hacerse de una primicia a costa del trabajo ajeno. Uno no puede tenerlo todo o saberlo todo y lo mismo se aplica para la oferta televisiva y por Internet. Ante la urgencia siempre está el buen libro y ese también se puede leer todo de un jalón o disfrutarlo poco a poco.

Parece hueco todo lo que les digo, pero no menosprecien el trabajo de los demás ni ayuden a la industria de lo ilegal y lo pirata a crecer y crecer, las pérdidas son inmensas. Tampoco está de más aprender a esperar y mejorar esa tolerancia a la frustración; con ella se van a encontrar una y otra vez a lo largo de sus vidas y les aseguro que ella tiene menos misericordia que sus Memes hacia los de la generación del lápiz y el papel.

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Photo credit: adam1481 via Visual Hunt / CC BY-ND
Imagen Meme: GeneradorMemes.com