Como psicóloga sé que muchas personas evitan la terapia porque no ven el valor en sentarse a hablar frente a alguien que dice muy poco o a veces nada. Ciertamente, cuando tenemos un problema y buscamos ayuda, quisiéramos alguien que lo solucione por nosotros o bien, alguien con las instrucciones de cómo hacerlo nosotros mismos. Si bien no todas las terapias psicológicas son iguales, en ellas el objetivo es ayudar a la persona a resolver los conflictos y para ello, es indispensable escuchar y ser escuchado. La mayor parte de las situaciones se empiezan a resolver cuando se verbalizan o cuando se analizan en voz alta, sin embargo, mucha gente menosprecia el valor de ser escuchado por la simple y sencilla razón de que todos nos escuchamos todo el tiempo; en ese entendido, pagar una consulta de 50 minutos para “platicar” parece inútil, eso mismo puede uno hacerlo gratis con los cuates o las amigas.
Saber escuchar va mucho más allá de la capacidad auditiva del interlocutor; en la mayor parte de los casos se necesita responder algo y de preferencia algo útil. He ahí la dificultad y el origen de diversos problemas sociales. Una de las mayores quejas de las personas es no sentirse escuchadas o comprendidas, esto lo vemos entre padres, hijos, hermanos, amigos, parejas, alumnos, maestros, jefes, empleados, etc., por eso nos encontramos platicando con el taxista o con cualquier extraño a la primera provocación.
Responder puede ser muy complejo, las emociones corren en ambos lados del diálogo y salir raspado es más factible que salir avante.
Algo importante a considerar al momento de responder es que en muchas situaciones no es necesario decir nada, haber escuchado con atención y respeto es suficiente. Otro elemento a considerar se relaciona con la pertinencia del comentario, esto lo digo debido a la gran cantidad de respuestas inapropiadas que se dan sólo por no quedarse callado, y es que el silencio nos hace sentir incómodos casi a todos; por cierto, creer que uno siempre sabe qué decir, es motivo de conflictos pequeños y otros de talla mundial, ahí tenemos al presidente electo Donald Trump y la sarta de desaciertos que a diario profiere con un orgullo sólo equiparable del tamaño de su ignorancia.
Y la ignorancia, junto con la arrogancia son quizás las peores consejeras de quien desea responder. Ninguno de nosotros tiene la verdad absoluta e imponer nuestro punto de vista sobre un tema o situación desconocida es muy grave. El mejor ejemplo son las recomendaciones médicas; si a uno le comentan sobre alguna dolencia o enfermedad, lo más seguro es que sólo se busque comprensión, no una receta de brebajes, pócimas o medicinas; sin embargo, todos tenemos algo en nuestra “vasta experiencia médica” para ahorrarle la visita al médico al amigo o al familiar.
Los padres de familia somos especialistas en dar sermones, peor que en misa de domingo, ante los problemas de los hijos, entre las ganas de educar y la lúdica idea de que son fotocopia nuestra, les decimos no sólo qué hacer, sino también cómo, cuándo y por qué, además de las terribles consecuencias de desafiar la sabiduría del progenitor; como si esa se instalara en nuestro disco duro al momento de nacer los hijos.
Quienes desarrollar la sensibilidad y empatía necesarias para escuchar, se verán muy solicitados por sus núcleos sociales, porque es cierto, no se les encuentra fácil y si se cuenta con ellos se les explota. Son tal vez las personas con mayor dificultad para ser escuchadas, todos están tan acostumbrados a contarles cosas que no se les presta atención cuando nos quieren contar algo.
Ellos son quienes menos objeciones tienen para pagar un psicólogo y ser escuchados, de poder hacerlo, ellos también cobrarían por el valioso trabajo de escuchar y ayudar a los demás a depositar las cargas de la vida diaria sobre sus hombros.
Como recomendación y casi súplica, si alguien les platica algo no empiecen a planear la respuesta antes de siquiera haberlo terminado de escuchar, en cierto momento va a pasar sólo una cosa: se va a quedar en silencio; es entonces cuando uno debe de actuar. Yo sugiero:
- Quedarse callado y esperar a ver si tiene algo más que decir.
- Preguntar amablemente si le gustaría ayuda con la situación en cuestión.
- Expresar su opinión sin tono aleccionador ni como receta a seguir.
- Si no sabe qué decir, por favor, no ande inventando.
- Cuando sí sabe qué decir hágalo sólo si se lo piden.
- Muestre respeto en todo momento, sonría si amerita, ofrezca consuelo en caso necesario.
- Siempre, siempre escuche mirando al otro a los ojos, aun si él o ella no lo hacen.
- Y por más veces que diga: “Sí te estoy escuchado”, cuando uno mira al teléfono celular, televisión, tableta, libro o a la mosca que voló, la realidad es que uno no está escuchando, uno está faltando al respeto al otro.