Ahora resulta que para ser feminista una debe de renunciar a la femineidad.
No le pasa nada más a Emma Watson, en el inconsciente colectivo, las feministas mexicanas deben vestir con blusas bordadas, faldas amplias hasta los tobillos, pantalones holgados, mezclilla, collares de cuentas o chaquiras, aretes largos y no peinarse ni maquillarse. Y aunque no haya nada más ridículo, ese parece ser el uniforme dado a las feministas tanto por hombres como por muchas mujeres. Lo mismo les sucede a los hombres que apoyan el feminismo quienes entonces deben ser o parecer homosexuales.
Cuando una mujer con traje sastre, medias, tacones, maquillaje y laborando en una empresa, manifiesta su afiliación al feminismo, se le menosprecia. Tal parece que la posición social o la forma de vestir determinasen las creencias de las personas. No por nada está el refrán de: “Cómo te ven te tratan” y no hay nada más discriminador que una frase así. Esa idea nos regresa a los estereotipos mediáticos y a la violencia pasiva ejercida por la sociedad ante la libertad de vestir como a uno le dé la gana.
Esa idea es mucho más fuerte cuando la dama en cuestión decide mostrar su cuerpo:
¡Ave María purísima! Ya la chupó el diablo.
Por supuesto, en una sociedad cuyos hombres compran cuerpos femeninos, esa es la impresión. Las feministas están encasilladas como feas para contener los síntomas y evitar su reproducción. El mensaje es que una mujer no puede dedicarse a la pornografía o al modelaje y defender al mismo tiempo la equidad de género. Lo grave es ver cómo las mismas mujeres defienden esta postura. Pero no solo se queda en el nudismo, sexo servicio, modelaje o vida monástica, ya que, condicionar a las niñas a alejarse del feminismo si quieren verse atractivas, las aleja de la posibilidad de encontrar la realización fuera del matrimonio o la maternidad.
Se sigue culpando a la mujer de las agresiones que sufre basándose tan solo en el cómo se ve. De esa forma se disculpan los hombres de violaciones y acoso, se lee entre líneas que, si te vistes de cierta forma, firmas un consentimiento donde dice con claridad: “Yo me lo busqué”.
La híper-sexualidad de las mujeres no debería ser un problema per sé, no obstante, el estigma es igual de real que el de la feminista con blusa indígena. Digo, se les denomina como: “provocativas” primero que femeninas, atractivas o guapas. Estamos dispuestos a creerle a Rigoberta Menchú como feminista, pero no a Beyonce.
El camino a la equidad se ve muy lejos, en muchos países la lucha está en pañales, en muchos otros, ni siquiera existe. Por cada nación trabajando en equilibrar los sueldos entre sexos, existen varias luchando por el reconocimiento de la mujer como ser humano, lugares donde la mutilación genital es tan común como cortarse el cabello, sitios cuyas leyes no protegen a las niñas del infanticidio, de los matrimonios infantiles, donde se prohíbe la anticoncepción, el poder salir solas a la calle, el derecho a ir a la escuela y la lista es larga y dolorosa. Sin ir más lejos, yo conozco mujeres con estudios universitarios que deben pedir permiso a sus esposos para salir, o para comprar tal o cual atuendo. Es inaudito y me duele no poder ayudarlas a poner un alto a esa situación.
Todo lo anterior es, en parte, resultado de seguir encasillando a la gente bajo el: “Como te ven te tratan”. Se puede ser feminista de minifalda, vestido largo, de bigote, botas vaqueras y sombrero, de hábito, de sotana o como decida la gente vestirse para apoyar las causas en las que cree.