A los humanos nos da por decir mentiras, nos embrollamos en cuentos sin sentido, al grado de llegar a creer nuestros propios embustes. Tenemos incluso la categoría de las: “Mentiritas” o las “Mentirijillas blancas” para pre-excusarnos de no decir la verdad. Los niños, para variar, son nuestras víctimas por excelencia, suponemos que nuestra autoridad como adultos nos permite mentirles a los chicos “por su bien”. Pues bueno, no es de extrañar que esos niños, a su vez, mientan.
El engaño se da a todos los niveles, en nuestro hermoso México aceptamos la mentira casi como condición para la interacción social, somos capaces de entablar una conversación basada en algo falso, aun si los interlocutores saben de la farsa.
Las altas esferas del poder, de cualquier poder, hacen uso de la mentira como moneda de cambio. Difícilmente creemos en las promesas de campaña de nadie (sea en la tierra como en el cielo) y votamos con la certeza de que habrá trampa, al grado que no aceptar una victoria legítima y ni se diga una derrota.
Es un escenario común a la mayoría de los países en desarrollo, en especial aquellos quienes han caído víctimas de los gobiernos populistas con próceres inmortales (e inmorales). O como nosotros que hemos sido gobernados por partidos políticos jugando al juego de las sillas y rotándose los puestos desde la Revolución. El sistema no nos funciona, descalificar se ha vuelto mucho más fácil que valorar, primero vamos a creer en las malas intenciones y luego en las buenas. Latinoamérica cojea de ese pie desde hace siglos, la democracia parecía ser cosa nada más de los países desarrollados; hasta que llegó Donald Trump.
Los Estados Unidos es una de las naciones más arrogantes del mundo, ellos viven su papel de líderes mundiales al pie de la letra y aunque también hay un sinnúmero de errores y mentiras, existe la voluntad de hacer las cosas bien. Desafortunadamente, eso les ha salido muy mal. Es la única forma de explicar la llegada de un populista ignorante a la Casa Blanca. El pueblo se está desquitando del partido demócrata, quien no supo resolver los problemas de millones a quienes no les ha beneficiado el modelo económico. Ellos tampoco creen en sus políticos y sus discursos, pero en el frenesí del cambio acabaron eligiendo la peor versión de ellos mismos.
Este hombre ha vivido de la mentira toda su vida, a sus casi 70 años sigue siendo el bully de la escuela y sus compinches lo apoyan a muerte, van a defender hasta sus mentiras más absurdas. La derrota de la verdad, en un país que se suponía era el estandarte de la misma, nos va a pegar a todos; con todo respeto, no es lo mismo ver hundirse a Venezuela o a Cuba que a estos vecinos norteños, ellos aún son una potencia mundial y si le sumamos al otro orate norcoreano, nos podemos ver envueltos en un conflicto bélico y económico catastrófico. Nos caiga bien o nos caiga mal, algunas naciones sirven de réferis y mantienen cierta diplomacia en la mesa. Estamos a nada de ver a esas fuerzas de cohesión hacerse pedazos; si nuestros difuntos abuelos supieran que ahora Alemania es de los países con las voces más congruentes del mundo, se vuelven a morir.
Como mexicanos y latinos no nos queda más que evolucionar y llenar los espacios dejados por esas naciones. Es imperioso acabar con la impunidad y la corrupción, de ese modo podremos empezar a creer en nosotros mismos, convertirnos en la voz de la experiencia y colchón para el primer mundo que se nos desmaya.