Violencia generalizada.

Tenemos mal entendida la frase popular: “Se hace la víctima”. Cuando se usa parece referir una conducta de vulnerabilidad simulada con el fin de obtener una ganancia. En esa premisa, la víctima solamente está actuando, exagerando su realidad para parecer indefensa. Desafortunadamente, eso ha sido usado por gente sin escrúpulos para explotar a sectores de la población quienes realmente se encuentran en situación vulnerable y son víctimas reales, o personas quienes sí se hacen pasar por víctimas y sacan algún tipo de beneficio.

Una víctima no elige su condición ni saca provecho de ella, minimizarla es una forma de normalizar la violencia; por ejemplo, cuando una mujer sufre abuso sexual por parte de su pareja es frecuente observar cómo se descalifica la agresión arguyendo que: la mujer se lo buscó, no tiene de qué quejarse porque la mantienen, así son los hombres e incluso, que en realidad le gustó y sólo busca evitar ser juzgada por su conducta sexual (“Bien que le gusta, pero ahí anda de chillona”).

Ahora bien, sí hay personas viviendo el rol de víctimas. En ellas se perpetúan conductas que derivan en malas decisiones. Es gente a quien “todo le sale mal” o “tiene al mundo en su contra”, hablamos de un problema conductual, no de aquellos quienes padecen algún trastorno mental que les haga más difícil su interacción social, personal y laboral. A estos pacientes se les puede ver inmersos en relaciones de abuso a consecuencia de su enfermedad o cometer abusos derivados de esta misma condición.

El común denominador que yo encuentro en todos los casos descritos, es que se debe atacar el origen del problema para solucionar la situación de la víctima. Es imperioso dejar de justificar los actos violentos. Las evidencias apuntan, de manera muy clara, a las graves consecuencias derivadas de las conductas agresivas, por ello, se debe trabajar en la erradicación de todo tipo de violencia. La sociedad perdona y alienta maltratos y abusos en distintas áreas, siendo el núcleo familiar donde más ejemplos podemos encontrar de ello.

Los gobiernos también tienen enormes cantidades de acciones violentas contra otros países y contra su propia gente. Una nación en pro de la guerra obtiene ganancias territoriales, venta de armamento, recursos naturales y posicionamiento político.

El fervor bélico de los humanos ha glorificado actos terribles llenándolos de héroes, batallas memorables y premia a quienes sirven a la patria en su defensa. De esa forma ocultan las atrocidades cometidas por esos mismos héroes. Ahora es común enterarnos de actos de nobleza por parte de los soldados cuando rescatan a algún perro o gato de los campos de batalla y, sin menospreciarlos, esos mismos soldados siguen órdenes para acabar con las vidas de seres humanos a quienes no les dan ni un ápice de esa compasión. En el asunto de las guerras todos tenemos las manos sucias de una forma u otra.

Etiquetar a alguien como enemigo, simplifica la justificación de actos violentos en su contra y se gana cuando se le destruye. Pero, si se llevan estos mismos comportamientos al seno de la familia, entender la ganancia de un hombre que golpea a su mujer y a sus hijos es más complejo. Para tratar de comprenderlo debemos profundizar más en la lucha del poder. Un hombre violento obtiene poder en la medida que dicha violencia aumenta, ese poder es un reforzamiento positivo porque al final, obtiene lo que desea de su familia y se hace de una reputación con sus amigos. Ese ejercicio indebido del poder normalmente se da en cadena, el todopoderoso es prácticamente inexistente, y hablando de todopoderosos, nadie tan violento como los dioses de la religión que se les ocurra.

La línea de agresión en la familia se hereda de padres a hijos y aunque es más común tener hombres violentos en casa, las mujeres también pueden agredir a sus hijos o a sus parejas con la misma vehemencia. La violencia en la familia se mantiene a sí misma, quienes son víctimas repiten el patrón al formar otros núcleos familiares o bien, se convierten en los agresores. Ahí también encontramos el nacimiento de muchos de los casos de abuso escolar.

Como especie hemos sido portadores de violencia a todos los seres vivos y al planeta mismo. Los actos de crueldad contra los animales van desde la maldad pura, hasta la experimentación en pro de la ciencia. La contaminación y explotación de los recursos de la Tierra va más allá de poder de recuperación de la misma.

Debemos darnos cuenta como todos esos actos son variantes de conductas violentas, el desequilibrio es ya muy importante, tanto que la posibilidad de una vida digna para millones de seres vivos en el mundo es inalcanzable en el mediano plazo; sobre todo porque para conseguirlo, quienes lo tienen todo deben renunciar a sus excesos para redefinir el concepto de bienestar y redistribuirlo.

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Las causas tangibles se defienden mejor que las intangibles, aun si son menos apremiantes.

Muy complejo este fenómeno del descontento. En los últimos días hemos vivido una ola de enojo y frustración que encontraron puerta de salida con el aumento al precio de la gasolina. Es un insumo vital, de él depende el precio de una gran cadena de productos y servicios; esto aplica para quien tiene auto como para quien no. La vehemencia y violencia con la cual se han llevado a cabo las manifestaciones en contra, engloban un hartazgo de décadas de engaños, mentiras y corrupción por parte del gobierno y los partidos políticos. Todos nos vemos afectados por el alza en los precios de cualquier cosa y la gasolina ha conseguido unir a grupos que, de otro modo, se enfrentarían entre sí. Parece increíble, pero lo que no han conseguido las marchas por la paz, las mujeres o los derechos humanos, lo hizo este petroquímico.

Por supuesto estamos mucho más indignados por la violencia o las atrocidades de una guerra, sin embargo, la concepción de violencia o de paz, es abstracta y significa algo distinto para cada uno; por ejemplo, hay familias cuyos métodos de educación contemplan golpear a los hijos y religiones en las que la mutilación genital de las niñas es lo más normal. La falta de paz cuesta más que la gasolina, pero no es tan sencillo ponerle signo de pesos.

También con el paso de los días, la esencia del enojo se ha ido diluyendo, ahora tenemos grupos políticos colgándose los escapularios y defendiendo en las calles lo que votaron en las cámaras, grupos sindicales con las mismas consignas de siempre pero ahora con el término: “gasolinazo” en las pancartas.

Conste que no estoy hablando de las ventajas o desventajas del libre mercado, sino del trasfondo psicológico del descontento social, a mi muy humilde modo de ver.

Existen tantas razones válidas por las cuales alzar la voz, no resulta sencillo ponerlas en orden jerárquico, más bien debemos lograr mantener una línea de queja y manifestación cuyos objetivos no se vean diluidos en otros temas. Creo que es ahí donde todos perdemos. Las manifestaciones vieron ejemplos de lo peor de la sociedad en el asunto de los saqueos (no importa si fueron infiltrados o advenedizos) y mostraron lo mejor de nosotros con la defensa de los comercios o los arrestos civiles.

Cuando algo se puede medir en términos claros para todos, es más sencilla la identificación con el objeto. A lo largo de la historia nos hemos ido poniendo de acuerdo en la cuantificación de distancias, tiempo, volumen, etc., todo ello es observable y comprobable de modo matemático. Las causas sociales tienen esa desventaja, no hay una unidad de medida para el bienestar.

Organizaciones como el Foro Económico Mundial presentan gráficas y estudios con “indicadores” basados en encuestas y mediciones del Producto Interno Bruto u otros elementos de la economía de los países. Esas medidas de bienestar pueden ser ridículas cuando se analiza más de cerca la situación de algunos grupos en específico. Aun así, son un esfuerzo necesario para ponerle cara a dichos asuntos.

Las explicaciones científicas son otro tipo de evidencia, la cual tiene el grave problema de ser comprendida por un porcentaje muy pequeño de la población, ese desconocimiento nos hace creen en historias falsas, ahí están los alimentos que curan el cáncer o las recetas para perder peso mágicamente. Como ejemplo tenemos al cambio climático, el cual, a pesar de estar demostrado científicamente, tiene detractores con posturas absurdas, curiosamente son los mismos en contra de la vacunación o de enseñar la teoría de la evolución en las escuelas, o sea, ejemplos de la poca validez que puede tener incluso la verdad fehaciente, ¿Qué podemos esperar de los problemas donde todos sentimos tener la razón y la solución al alcance?

No nos falta capacidad de acción, nos falta unión y poder ver más allá de la manipulación de quienes llevan agua para su molino. El gobierno se está viendo orillado a cambiar, la cosa es hacer válido este momento y no dejarnos enredar por las mismas promesas y voces de todos quienes han vivido a nuestras costillas arropados por sus partidos políticos. Hay nuevas posturas, nuevas propuestas de gente con el interés puesto en el bien común.

Se vale emocionarse y volver a creer que la Selección Nacional ahora sí va a ganar el Mundial, pero ya es peligroso caer, por enésima vez, en las redes de los mismos cínicos, todólogos de cada seis años.

Debemos pasar de compartir las frases motivacionales en redes sociales a transmitir la motivación y buscar soluciones a los problemas que nos están hundiendo.

A todos, de un modo u otro, nos están dando agua en vez de quimioterapia y no podemos permitirlo.

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“Diga No a…” La oposición porque sí.

La gente que no se involucra difícilmente tiene algo de qué quejarse, es más, hay muy poco de legítimo en el reclamo de quien no tiene ni idea de la situación. Por eso mismo, oponerse o apoyar algo debe hacerse con base en la información y no es nada fácil estar al tanto de todo o recabar la información sobre algún tema en específico cuando se trata de cosas muy locales.

En donde vivo hay planes para la construcción de un viaducto elevado y la reubicación de un paradero de autobuses foráneos. Para ello, se deben talar árboles y la oposición no se hizo esperar. Los vecinos se han organizado para manifestar su molestia y con las consignas de: “No al viaducto elevado de cuota”, “No al ecocidio”, han distribuido cientos (si no es que miles) de volantes, mantas y carteles. Más allá de lo absurdo de defender a los árboles imprimiendo en papel, yo no he oído a ninguno de todos los que me piden apoyo una razón válida para oponerse. Que se haga una salida directa a la carretera y se descongestione uno de los paraderos más infames de la ciudad no me parece mala idea.

Uno de quienes se oponen me dijo: “Eso sólo va a beneficiar a los del Estado de México, y a mí qué me importan los de allá”.

He ahí el meollo del asunto. Los de allá son iguales a los de aquí y los beneficios para unos pueden ser también para los otros. Se me ocurre, por ejemplo, la disminución del tráfico en la zona, el establecimiento de negocios debajo de los puentes nuevos y reorganización del paradero de la muerte.

Si mi casa tiene un cuarto inundado no lo puedo dejar así nada más porque yo no duerma ahí. Es muy representativo del nacionalismo mal entendido, el mismo que está ganando elecciones en todo el mundo.

Este efecto de estar en contra de algo por defender algo más noble (como los árboles), tiene otros tintes muy desafortunados porque es tomado como bandera política para conseguir votos, en el caso que comento, el proyecto de construcción es Federal y el delegado es de otro partido. Entonces, muchas de las mantas y los volantes tienen, por qué no, su cuenta de Twitter y su más sentido reclamo ante esta situación.

Que él mismo tenga la delegación llena de hoyos, sin alumbrado, sin recolección de basura, con mercados que llevan más de 5 años sin terminarse, que haya puesto banquetas nuevas dos semanas antes de que la compañía de luz tuviera que quitarlas todas para meter cableado y por encima de todo, su absoluta colusión con quienes dirigen el comercio informal en el paradero de los Indios Verdes, parece olvidarse cuando se decide salvar los árboles de un camellón.

Eso es lo que me molesta, tal vez el proyecto del gobierno no va a tener el beneficio prometido (no sería la primera vez) y oponerse a su construcción sea lo mejor, pero al final los beneficiados no somos los ciudadanos, son aquellos que sacan partido de la situación llevando agua a su molino.

Vivimos en un mundo lleno de gente buscando un lugar donde vivir que no deba sacrificar nada por el bien común; que no haya escuelas, oficinas, gasolineras, supermercados, que nadie se estacione en la calle, etc. Bueno, tenemos fraccionamientos donde debes construir de acuerdo con un estilo o donde las entradas para el personal de limpieza, proveedores, visitas, etc., son distintas a los de los colonos y dudo que la seguridad sea el motivo en este último caso.

También vivimos en un mundo en donde nos oponemos a lo que está de moda como comer carne, a lo que no nos importa, pero ahí estamos, como en el caso de los desalojos legítimos o lo que digan quienes nos caen mal como le pasa a López Obrador con todo y todos.

El máximo ejemplo de oposición por que sí es, sin duda, la Cámara de Diputados y de Senadores, ahí la consigna es muy sencilla: si no es de mi partido no pasa. Igualito que mi vecino a quien no le importan los del Estado de México.

Si no sabemos escuchar o si no sabemos analizar, quejarnos es un problema para aquellas cosas legítimas o de provecho para todos.

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¿Qué queremos?

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Nuestro extinto, pero aún amado, Distrito Federal, o nuestro naciente estado Ciudad de México, padecen de todo. Vivimos en terapia intensiva todos los días; si sobrevivimos es porque somos muchos y las desgracias se diluyen entre millones. Debería de importarnos a todos y es obligación de todos ver que las instituciones cumplan con las labores para las que fueron creadas.

El tema de la seguridad es terrible a nivel nacional, y en esta megalópolis no pasa una hora sin algún evento violento contra algún ciudadano. El recurso de la manifestación en las calles se está agotando, venga o no en la Constitución, y hay hartazgo de quienes padecen los bloqueos; más que sentir solidaridad con la causa uno acaba por odiar a los manifestantes, no importa lo legítimo del asunto.

Cada vez se vuelve más frecuente el recurso de la autodefensa o el linchamiento y en ninguno de los casos la autoridad puede controlar a justos o a pecadores.

Para ocultar estas carencias el gobierno de la flamante CDMX, ha diseñado la renovación y la entretención perpetuas. Entre semana la ciudad se paraliza con las manifestaciones y las obras públicas. El fin de semana, la ciudad se paraliza en paseos en bici, ferias, maratones, carnavales, verbenas, conciertos en plazas públicas y cuanta cosa disfrace los desastrosos resultados de la gestión en materia de justicia, seguridad, salud, vivienda, etc. El cuento es que terminamos confrontados el pueblo contra el pueblo. Los que se manifiestan contra los que no, o los que andan en bicicleta contra los que no. Y así se nos va el año, una desgracia, una fiesta, una ignominia, un desfile, un plantón, un maratón.

El triste fondo es nuestra imposibilidad de organizarnos para darle solución real a los problemas que nos conciernen a todos. Ayer por la mañana un hombre mató a tiros a cuatro asaltantes en un camión de pasajeros y los dejaron tirados en la carretera. El “justiciero” devolvió a los pasajeros sus pertenencias y se fue. Nadie sabe, nadie supo a dónde huyó*. Muchos se quedan con la romántica idea del héroe anónimo que los defendió y la ley, sin hacer el trabajo para el que les pagamos.

Sí creo que gran parte de la anestesia del pueblo se relaciona con lo monumental de la tarea; ninguno de nosotros tiene escoba que dé el ancho para tanta basura, entonces, pues vamos al desfile del 007, vamos a la feria del chocolate, comamos pan de muerto (así de irónico), llenemos el Zócalo en los conciertos… o sea, dejemos de sentir que nos está llevando el tren.

Es en ese estado catatónico en el que surgen figuras como el hombre que mató a los delincuentes. Su hartazgo lo hizo actuar, pero lo hizo fuera de la ley, de la misma forma en que los asaltantes robaron a los pasajeros (el pueblo contra el pueblo).

Vivir de un festejo a otro no nos va a resultar de utilidad mientras que por la ventana llueven muertos, violadas, desaparecidas, secuestrados; esclavos todos del crimen organizado. El desfile del Día de Muertos no hizo que bajen los secuestros, nos hizo olvidarlos por un momento. El despilfarre de recursos en tranquilizar a la población con eventos magnos, pudo ser empleado en mejorar el sueldo de la policía y hacer más difícil que sean comprados por las mafias.

Para muchas personas la idea de hacer algo al respecto está fuera de su comprensión y vivimos amortiguados por las celebraciones que se amontonan en el calendario y que dan pretexto a la inacción.

La justicia social se logra de uno en uno, con el ejemplo diario, con la observancia de la ley, con la participación en las elecciones y, sobre todo, denunciando los actos delictivos, de violencia y de corrupción hasta que seamos escuchados; lo cual no necesariamente implica tomar las calles, más bien, tomar conciencia.

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Crédito de Meme «¿Qué queremos?» Tannia Lozano (2016).
*El Universal (2016). Recuperado el 1 de noviembre de 2016 de: http://www.eluniversal.com.mx/articulo/metropoli/edomex/2016/11/1/ejecuta-justiciero-4-en-la-mexico-toluca-ahora-lo-buscan