Sobre feministas bien vestidas, o bien desvestidas.

Ahora resulta que para ser feminista una debe de renunciar a la femineidad.

No le pasa nada más a Emma Watson, en el inconsciente colectivo, las feministas mexicanas deben vestir con blusas bordadas, faldas amplias hasta los tobillos, pantalones holgados, mezclilla, collares de cuentas o chaquiras, aretes largos y no peinarse ni maquillarse. Y aunque no haya nada más ridículo, ese parece ser el uniforme dado a las feministas tanto por hombres como por muchas mujeres. Lo mismo les sucede a los hombres que apoyan el feminismo quienes entonces deben ser o parecer homosexuales.

Cuando una mujer con traje sastre, medias, tacones, maquillaje y laborando en una empresa, manifiesta su afiliación al feminismo, se le menosprecia. Tal parece que la posición social o la forma de vestir determinasen las creencias de las personas. No por nada está el refrán de: “Cómo te ven te tratan” y no hay nada más discriminador que una frase así. Esa idea nos regresa a los estereotipos mediáticos y a la violencia pasiva ejercida por la sociedad ante la libertad de vestir como a uno le dé la gana.

Esa idea es mucho más fuerte cuando la dama en cuestión decide mostrar su cuerpo:

¡Ave María purísima! Ya la chupó el diablo.

Por supuesto, en una sociedad cuyos hombres compran cuerpos femeninos, esa es la impresión. Las feministas están encasilladas como feas para contener los síntomas y evitar su reproducción. El mensaje es que una mujer no puede dedicarse a la pornografía o al modelaje y defender al mismo tiempo la equidad de género. Lo grave es ver cómo las mismas mujeres defienden esta postura. Pero no solo se queda en el nudismo, sexo servicio, modelaje o vida monástica, ya que, condicionar a las niñas a alejarse del feminismo si quieren verse atractivas, las aleja de la posibilidad de encontrar la realización fuera del matrimonio o la maternidad.

Se sigue culpando a la mujer de las agresiones que sufre basándose tan solo en el cómo se ve. De esa forma se disculpan los hombres de violaciones y acoso, se lee entre líneas que, si te vistes de cierta forma, firmas un consentimiento donde dice con claridad: “Yo me lo busqué”.

La híper-sexualidad de las mujeres no debería ser un problema per sé, no obstante, el estigma es igual de real que el de la feminista con blusa indígena. Digo, se les denomina como: “provocativas” primero que femeninas, atractivas o guapas. Estamos dispuestos a creerle a Rigoberta Menchú como feminista, pero no a Beyonce.

El camino a la equidad se ve muy lejos, en muchos países la lucha está en pañales, en muchos otros, ni siquiera existe. Por cada nación trabajando en equilibrar los sueldos entre sexos, existen varias luchando por el reconocimiento de la mujer como ser humano, lugares donde la mutilación genital es tan común como cortarse el cabello, sitios cuyas leyes no protegen a las niñas del infanticidio, de los matrimonios infantiles, donde se prohíbe la anticoncepción, el poder salir solas a la calle, el derecho a ir a la escuela y la lista es larga y dolorosa. Sin ir más lejos, yo conozco mujeres con estudios universitarios que deben pedir permiso a sus esposos para salir, o para comprar tal o cual atuendo. Es inaudito y me duele no poder ayudarlas a poner un alto a esa situación.

Todo lo anterior es, en parte, resultado de seguir encasillando a la gente bajo el: “Como te ven te tratan”. Se puede ser feminista de minifalda, vestido largo, de bigote, botas vaqueras y sombrero, de hábito, de sotana o como decida la gente vestirse para apoyar las causas en las que cree.

Violencia generalizada.

Tenemos mal entendida la frase popular: “Se hace la víctima”. Cuando se usa parece referir una conducta de vulnerabilidad simulada con el fin de obtener una ganancia. En esa premisa, la víctima solamente está actuando, exagerando su realidad para parecer indefensa. Desafortunadamente, eso ha sido usado por gente sin escrúpulos para explotar a sectores de la población quienes realmente se encuentran en situación vulnerable y son víctimas reales, o personas quienes sí se hacen pasar por víctimas y sacan algún tipo de beneficio.

Una víctima no elige su condición ni saca provecho de ella, minimizarla es una forma de normalizar la violencia; por ejemplo, cuando una mujer sufre abuso sexual por parte de su pareja es frecuente observar cómo se descalifica la agresión arguyendo que: la mujer se lo buscó, no tiene de qué quejarse porque la mantienen, así son los hombres e incluso, que en realidad le gustó y sólo busca evitar ser juzgada por su conducta sexual (“Bien que le gusta, pero ahí anda de chillona”).

Ahora bien, sí hay personas viviendo el rol de víctimas. En ellas se perpetúan conductas que derivan en malas decisiones. Es gente a quien “todo le sale mal” o “tiene al mundo en su contra”, hablamos de un problema conductual, no de aquellos quienes padecen algún trastorno mental que les haga más difícil su interacción social, personal y laboral. A estos pacientes se les puede ver inmersos en relaciones de abuso a consecuencia de su enfermedad o cometer abusos derivados de esta misma condición.

El común denominador que yo encuentro en todos los casos descritos, es que se debe atacar el origen del problema para solucionar la situación de la víctima. Es imperioso dejar de justificar los actos violentos. Las evidencias apuntan, de manera muy clara, a las graves consecuencias derivadas de las conductas agresivas, por ello, se debe trabajar en la erradicación de todo tipo de violencia. La sociedad perdona y alienta maltratos y abusos en distintas áreas, siendo el núcleo familiar donde más ejemplos podemos encontrar de ello.

Los gobiernos también tienen enormes cantidades de acciones violentas contra otros países y contra su propia gente. Una nación en pro de la guerra obtiene ganancias territoriales, venta de armamento, recursos naturales y posicionamiento político.

El fervor bélico de los humanos ha glorificado actos terribles llenándolos de héroes, batallas memorables y premia a quienes sirven a la patria en su defensa. De esa forma ocultan las atrocidades cometidas por esos mismos héroes. Ahora es común enterarnos de actos de nobleza por parte de los soldados cuando rescatan a algún perro o gato de los campos de batalla y, sin menospreciarlos, esos mismos soldados siguen órdenes para acabar con las vidas de seres humanos a quienes no les dan ni un ápice de esa compasión. En el asunto de las guerras todos tenemos las manos sucias de una forma u otra.

Etiquetar a alguien como enemigo, simplifica la justificación de actos violentos en su contra y se gana cuando se le destruye. Pero, si se llevan estos mismos comportamientos al seno de la familia, entender la ganancia de un hombre que golpea a su mujer y a sus hijos es más complejo. Para tratar de comprenderlo debemos profundizar más en la lucha del poder. Un hombre violento obtiene poder en la medida que dicha violencia aumenta, ese poder es un reforzamiento positivo porque al final, obtiene lo que desea de su familia y se hace de una reputación con sus amigos. Ese ejercicio indebido del poder normalmente se da en cadena, el todopoderoso es prácticamente inexistente, y hablando de todopoderosos, nadie tan violento como los dioses de la religión que se les ocurra.

La línea de agresión en la familia se hereda de padres a hijos y aunque es más común tener hombres violentos en casa, las mujeres también pueden agredir a sus hijos o a sus parejas con la misma vehemencia. La violencia en la familia se mantiene a sí misma, quienes son víctimas repiten el patrón al formar otros núcleos familiares o bien, se convierten en los agresores. Ahí también encontramos el nacimiento de muchos de los casos de abuso escolar.

Como especie hemos sido portadores de violencia a todos los seres vivos y al planeta mismo. Los actos de crueldad contra los animales van desde la maldad pura, hasta la experimentación en pro de la ciencia. La contaminación y explotación de los recursos de la Tierra va más allá de poder de recuperación de la misma.

Debemos darnos cuenta como todos esos actos son variantes de conductas violentas, el desequilibrio es ya muy importante, tanto que la posibilidad de una vida digna para millones de seres vivos en el mundo es inalcanzable en el mediano plazo; sobre todo porque para conseguirlo, quienes lo tienen todo deben renunciar a sus excesos para redefinir el concepto de bienestar y redistribuirlo.

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La vida después de que se tira del gatillo.

Como padres de familia hay gran impotencia cuando nuestros hijos se ven envueltos en hechos violentos. Uno no desea verlos sufrir y mucho menos si se trata de un ataque como el vivido en la escuela de Monterrey o los cientos ocurridos en escuelas del vecino país del norte. El solo pensar en la posibilidad de que nuestros hijos pudieran morir o salir lastimados físicamente es una de las pesadillas de todos quienes somos padres.

Pero otra pesadilla, tal vez peor, es enterarnos de que fue uno de nuestros hijos o hijas quien llevó a cabo un acto de esa naturaleza.

Pensar que nuestro hijo es “malo” no viene en la programación diaria de nadie. Uno los educa de la mejor forma posible y dudo muchísimo que existan casos en donde los padres busquen, de forma consciente, tener un hijo capaz de matar a sus semejantes o de hacerse daño a sí mismos. El hecho es que sucede y enfrentarlo no es sencillo.

Es común para muchos progenitores ser llamados a la escuela porque el hijo o la hija acosa a los compañeros. Así ha sido desde hace siglos, la lucha de poder no tiene fecha de caducidad. La negación en los padres del agresor puede variar: “Mi hijo es incapaz”, “Sólo se estaba defendiendo”, “Así son los niños”, “¿Verdad que nada más estaban jugando?” Cuando los padres aceptan el hecho muchas veces no son capaces de poner un remedio y tan sólo una pequeña minoría consigue detener y corregir la conducta de forma adecuada; esto es sin recurrir a la violencia en casa.

Las cosas cambian cuando los hechos son de naturaleza criminal, o sea, susceptibles de ser juzgados por la ley, ahí no hay defensa que valga ni tolerancia por parte de la comunidad. Una vez realizado, la vida de víctimas y perpetradores cambia para siempre.

Los padres serán juzgados y declarados culpables por la mayor parte de la opinión pública; sea por una agresión a otros o una agresión personal, como en el caso del suicidio. Se pondrán en tela de juicio sus valores, la educación que dieron a su familia, sus antecedentes, gustos y así hasta las más mínimas faltas. Esto sucede por la dificultad de entender un ataque violento, la gente busca respuestas de forma inmediata para enterarse del porqué, pero más importante, para alejarse del espectro de la culpa y del escrutinio. En el fondo todos encontramos similitudes en la familia del agresor y tenemos miedo de que otros las encuentren también. No se puede culpar por ello a las personas, sin embargo, para los involucrados sólo complica la ya de por sí, imposible situación por la cual atraviesan.

Tuve el infortunio de ser partícipe de una de estas crisis escolares y les compartiré cómo viví esa situación como madre.

Un joven muy querido por la comunidad escolar y en particular por mi familia, intentó quitarse la vida en la prepa donde estudiaba una de mis hijas. Ella fue testigo de cómo lo sacaron en camilla del salón totalmente ensangrentado justo cuando sus padres llegaban al colegio a enterarse de lo sucedido. A mí me llamó por teléfono y nada más me dijo que las clases se habían suspendido y me pidió ir por ella a casa de un compañero. Cuando iba de camino, recibí una llamada de una amiga para preguntarme si mi hija estaba bien y de si ya me había enterado de la balacera en su escuela. Recuerdo con claridad el escalofrío en todo el cuerpo y la confusión, ¿cómo que una balacera?, si yo justo acababa de hablar con mi hija y no me dijo nada. Colgué con mi amiga y le llame a su celular (en esa época no era tan glamoroso como hoy en día y dudé que me fuera a responder), cuando contestó le pregunté lo que en realidad había pasado y sólo me pudo decir el nombre de su amigo involucrado.

Llegué por ella, la encontré en estado de shock, entre ella y un amigo me pudieron decir el nombre del hospital donde se encontraba y nos fuimos para allá.

Con muy pocos detalles entramos y me encontré con la mamá de este chico; nos dimos un abrazo en el que yo traté de hacerle sentir mi cariño y comprensión, pero nada más la sentí deshacerse de dolor.

En la sala de espera del muy escueto y rudimentario hospital, nos encontramos sentados en dos grupos; de un lado los compañeros de la escuela y por otro lado las mamás y papás. Lo único que supimos en ese momento fue que el chico había intentado suicidarse en un salón vacío, se disparó en la boca con una pistola calibre .45mm y estaba en el quirófano luchando por su vida; el arma era de su padre.

La pregunta de todos los presentes era la misma: “¿Por qué un chico tan estudioso, talentoso y amable haría algo así?” En ese momento era imposible saber nada y lo único por hacer era quedarse ahí, en silencio, siendo testigos del dolor de una familia y dando gracias por no estar en sus zapatos.

En mi caso tuve que ayudar a mi hija a salir del shock en el que se encontraba, desarrolló Síndrome de Estrés Post Traumático y fueron muchos meses de trabajo continuo y de repercusiones importantes en su vida. Al final, ella salió adelante afortunadamente. Con el paso de los días la magnitud y las causas del evento se hicieron más claras. Al chico le encontraron en su casillero muchos cartuchos útiles y algunas jeringas con heroína. Fue dolorosísimo para mí enterarme de eso y sentir que no pude darme cuenta antes para tratar de hacer algo para evitarlo.

Se especuló, por parte de la policía, que este muchacho habría planeado un ataque a sus compañeros y al arrepentirse decidió quitarse la vida. Eso no se va a saber nunca y prefiero pensar que no era esa la razón por la cual lo hizo.

La escuela ofreció todo el apoyo psicológico y se tuvieron muchas juntas con el director para expresar nuestro dolor y nuestras opiniones. Se discutió la propuesta de revisar las mochilas de los alumnos al entrar al colegio y se alzaron voces a favor y en contra. Preservar la privacidad es un asunto muy delicado, aun si se trata de evitar actos como este. Al final se votó por instalar cámaras de seguridad en los pasillos y en el área de casilleros, todos nos comprometimos a estar vigilantes y atentos de nuestros hijos e hijas, ayudarlos y fomentar la comunicación entre nosotros.

Los alumnos se organizaron para establecer una cadena de comunicación anónima para reportar a chicos con cambios en su conducta, datos de depresión o de agresividad. El resultado fue positivo y se creó un vínculo poderoso entre todos ellos (debo aclarar que se trata de una comunidad escolar pequeña). Muchos chicos cambiaron sus actitudes de riesgo, algunos dejaron de tomar o de manejar rápido. Cada quien procesó el evento tratando de rescatarse después del dolor sufrido.

El joven sobrevivió después de más de 10 cirugías, más de 6 meses en coma y años de rehabilitación. No tiene recuerdo de lo sucedido y tristemente su capacidad física y mental quedó dañada. La vida de su familia cambió para siempre y en la actualidad viven con la tranquilidad de haber hecho y estar haciendo todo por la salud y bienestar de su hijo. Seguimos en contacto esporádico con su familia y con una lección aprendida de por vida.

Culpar a la familia por tener un arma no es justo, tampoco lo es no saber cuándo tu hijo consume drogas o si tiene algún trastorno mental; como dije al principio, los padres no esperamos que los hijos estén mal.

A veces los otros pueden saber esos detalles mejor que los mismos padres. En el caso que narro, uno de los compañeros sabía del consumo de estimulantes por parte de su amigo porque ya le había ofrecido para “mejorar la concentración”, pero, a pesar de comentarlo con su familia, no sintieron que fuera apropiado ir con el chisme con la mamá de este muchacho. Otros de sus compañeros lo notaron más exaltado que de costumbre una tarde antes y otros más habían leído un ensayo reciente en donde manifestaba ideas muy negativas nada propias de él. Nada de esto puede resultar relevante sino hasta después de una tragedia. Determinar si los actos de omisión de cada una de esas personas hubieran cambiado el destino es mucha especulación. Muchos van a quedarse con esa espinita clavada y es posible que los vuelva más sensibles ante futuras situaciones.

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Los otros derechos de los niños.

Los derechos del hombre se redactaron allá en la consumación de la Revolución Francesa, después se vino la lucha por el reconocimiento a los derechos de las mujeres a principios del siglo XX. En el caso de los derechos de los niños, esta propuesta se inició en 1924 pero no fue sino hasta el 20 de noviembre de 1989 que fue adoptada de forma unánime en la ONU. Es el tratado más ratificado de la historia, con 192 países al día de hoy; sólo faltan Somalia, quien carece de un gobierno establecido y los Estados Unidos, quienes, de acuerdo con la Página de preguntas frecuentes de la ONU (1), no lo han hecho porque todos los tratados que firma son analizados de forma exhaustiva y no revisan más de uno a la vez. En este momento llevan 17 años discutiendo si se va a ratificar la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. Caray, no sé qué decir a este respecto, así que por el momento volvamos a los niños.

Al tener el periodo de crianza más prolongado de todas las especies animales del planeta, es cierto que hay mucho por hacer y las responsabilidades de los progenitores son numerosas. De nosotros depende su primera instrucción, su seguridad física y emocional, al igual que su integración al mundo social, primero en casa y luego al exterior. Como padres ayudamos en la transmisión del lenguaje y la cultura; dando nuestro toque personal, ya sea apoyando a un equipo de fútbol en particular o con alguna frase o palabra distintiva de la familia.

La aplicación los derechos de los niños debe empezar a gestarse en el hogar y no dejarlo a programas de gobierno o a situaciones de crímenes graves. Es en este trato diario que podemos aplicar otro tipo de apoyo al desarrollo de los niños enmarcado en un espectro de derechos muy importantes y muy ignorados por la mayoría de los padres y adultos a cargo del cuidado de los infantes.

Detrás del consabido: “Sólo son niños”, se esconde un mar de agresiones involuntarias (en el mejor de los casos). Ahí tenemos el respeto a la opinión de los hijos, el cual es inexistente bajo la sombra de la autoridad de los padres y de la noción de incapacidad e ignorancia que se atribuye a los menores de edad. En efecto, la opinión de los hijos sobre cómo se debe gastar la quincena no siempre es buena idea, pero sí lo es dejarlos opinar y decidir sobre los artículos que vayan a ser de ellos, como el sabor del jugo, el color de la pijama, la portada de los cuadernos, etc.

Los niños y las mujeres se ven sujetos a un tipo de violencia en donde se les hace invisibles, esto quiere decir que el hombre toma las decisiones en casa con respecto a todo: salidas, vestido, diversiones, amistades, gastos, estudios, religión, música y por supuesto los castigos. Esta omisión es doblemente grave en el caso de los niños, ya que la sufren a manos de todos los adultos a su alrededor. De ahí la importancia de las consultas públicas dirigidas a los niños que se dan en periodos electorales.

Como padres y maestros es muy difícil no reírse o sentir ternura por este o aquel comentario, es más, no sólo nos vamos a reír, también se lo vamos a contar a todos durante muchos años para compartir aquella ocurrencia. Es de verdad parte del amor que nos tenemos y para muchos padres de familia, no hay reunión completa sin relatar las anécdotas familiares; todos nos hemos visto sujetos a esas situaciones y hemos contraatacado con hermanos, hijos, etc.

Ya que es prácticamente imposible evitarlo debemos intentar fortalecer otras áreas de la autoestima en construcción. En este departamento, el respeto a las opiniones es fundamental y si nuestro hijo o hija expresan su sentir sobre algo, lo último que deberíamos hacer es soltar la carcajada (eso lo podemos dejar para cuando estemos a solas). Cuando a uno lo toman en cuenta, no importa nuestra edad nos sentimos bien con nosotros mismos y valoramos más a quien nos haya apoyado. Al poner atención a los comentarios y opiniones de los infantes estaremos dando los siguientes mensajes:

  • Tu opinión es importante.
  • Está bien que expreses tu sentir.
  • Te estoy prestando atención.
  • No te interrumpo.
  • Te doy tu lugar.
  • Me importa lo que dices.
  • Cuando alguien habla, la otra parte escucha en silencio.
  • Puedes confiar en mí.
  • Aun si estás triste o enojado puedes ser escuchado sin ser juzgado.
  • Puedo no estar de acuerdo contigo y seguirte queriendo.
  • Puedes no estar de acuerdo conmigo y no me voy a enojar.
  • Tienes derecho a ser escuchado y que tu opinión se respete.

Esas son sólo algunas, las que se me ocurrieron mientas reflexionaba sobre este tema; dependiendo de la edad del infante y la circunstancia, el efecto va a ser más o menos profundo en ellos y en nosotros.

Lo que es innegable es el futuro de una generación de niños a quienes se les permita expresarse y ser escuchados, a quienes se les vaya acostumbrando a respetar las opiniones de los demás y a exigir el respeto a las suyas. El impacto en cuanto a la disminución del acoso escolar, el respeto de género y el éxito en el trabajo en equipo, serán visibles antes de que terminen la primaria.

¿Se imaginan cómo funcionaría el Senado y la Cámara de Diputados con los egresados de este tipo de educación?

Pues piensen ahora que estamos en la posibilidad de lograrlo con sólo dar a los niños el trato digno y respetuoso al que tienen derecho.

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  1. Unicef (2016). Convención sobre los Derechos del Niño. Recuperado el 8 de noviembre de 2016 de: https://www.unicef.org/spanish/crc/index_30229.html

“Lo vieron todo”. Los testigos también lloran.

Los sentidos nos relacionan con nuestro ambiente para constituir lo que serán nuestras experiencias. Muchas de ellas se almacenan en archivos de memoria para cada tipo de sensación: visual, auditiva, táctil, gustativa, olfativa.

No siempre somos conscientes de cuáles experiencias van a quedar en nuestra memoria y cuáles no. De eso nos damos cuenta al momento de evocarlas, es decir, cuando nos acordamos de ellas. Ahí tenemos el olor a algún guisado que nos recuerde nuestra infancia, la alegría de escuchar alguna melodía favorita, etc.

Dentro de este espectro de recuerdos hay algunos que entran en nuestro sistema de supervivencia al almacenarse como estímulos susceptibles de hacernos daño o de darnos protección. La exposición al calor excesivo en forma de una quemadura, no pasa por el mismo sistema del recuerdo que el olor del guisado. La instrucción de mover la mano al tocar un foco caliente va directo a nuestras neuronas motoras y funcionamos por reflejo; o sea, te quitas porque hay dolor y peligro.

En otro ejemplo tenemos las sensaciones que nos producen las películas y series de televisión. Son muy vívidas, casi reales y tocan el espectro de nuestras emociones para pasar a nuestros recuerdos y poder ser evocadas por sus características placenteras o aversivas. En el cine lloramos, nos emocionamos, reímos, suspiramos, sufrimos, nos aterramos, nos excitamos. Al salir de la película permanecen las impresiones de lo recién visto y podemos revivirlas con tan solo el recuerdo. El ejemplo es perfecto para entender cómo hay cosas que mejor hubiera sido no haber visto nunca; todos tenemos la película de terror o de guerra tan impactante que nos dejó sin dormir.

Cuando las malas experiencias son en la vida real, se puede generar un trauma. Ahora se ha oído mucho hablar del Síndrome de Estrés Post Trauma (SEPT o PTSD por sus siglas en inglés). La idea generalizada es que dicho síndrome ocurre después de vivir o presenciar cosas terribles como un asesinato, estar involucrado en un desastre natural, una guerra, un secuestro, una agresión sexual, etc., pero en ocasiones es resultado de algo mucho menos masivo.

De acuerdo con el DSM-V, que es el manual de psiquiatría más importante del mundo, el Síndrome de Estrés Post Trauma es: “el desarrollo de síntomas característicos posteriores a la exposición a uno o más eventos traumáticos… los síntomas pueden estar basados en el miedo y la repetición del evento, la depresión, la manía, e incluso los patrones de disociación que podríamos ver en una psicosis (1).

No hace falta que les ponga imágenes con las caras de cientos de niños sobrevivientes de una guerra mirando al vacío, pero si les digo que los mismos procesos ocurren en los niños que son testigos de acoso escolar tal vez no me crean.

Desafortunadamente es cierto, la triada del acoso escolar se compone de la víctima, el acosador y los testigos. De estos últimos hay varios tipos.

  • Testigos pasivos. Sólo observan la interacción sin intervenir, pueden estar a favor del acoso o no.
  • Testigos activos. Tratan de involucrarse defendiendo a la víctima durante la agresión, llamando a algún maestro o ayudando a la víctima después de la agresión.
  • Cómplices. Los cuales pueden ser también activos o pasivos dependiendo de si ayudan a llevar a cabo la agresión o si forman parte del grupo agresor, aunque en ese momento no tomen parte del acoso.

Aquellos quienes observan una agresión directa a un compañero buscan mecanismos para compensar el miedo y la ansiedad que les produce verse impotentes ante un hecho violento y arbitrario. Muchos querrán ser parte del grupo de los bullies para sentirse de lado “seguro” de la ecuación y evitar convertirse en un objetivo, otros van a interiorizar la agresión desarrollando sentimientos de desprecio hacia la víctima para justificar la violencia y aceptarla como algo que aquella persona se merecía. Algunos más sufrirán en silencio y vivirán con miedo a volverse una víctima de un momento a otro.

Los testigos activos son un porcentaje mucho menor; ellos son capaces de encarar al agresor y de esa forma permanecer en el lado de la realidad, al poder reconocer un acto de agresión como algo que no debe permitirse. De esa forma, los testigos activos pueden hacer algo al respecto imponiendo la justicia y el respeto ante el acoso.

De ahí la importancia de ayudar a los testigos a involucrarse cuando el acoso apenas empieza, es en ese punto cuando pueden hacer algo útil sin sentirse en riesgo de volverse víctimas o de tener que enfrentar a un enemigo portentoso.

Si tus hijos, amigos o hermanos te relatan una experiencia como testigos de acoso en la escuela, no la pases por alto, es el momento de ayudarle a sacar los sentimientos que tenga al respecto y apoyarlo para poder volverse un testigo activo y a no salir herido en el intento. Los testigos pasivos pueden volverse insensibles ante el dolor ajeno y las injusticias; no podemos permitir que eso siga sucediendo.

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Bibliografía.
  1. American Psychiatric Association: Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fifth Edition. Arlington, VA, American Psychiatric Association, 2013.

Se lo buscó.

No importa al género que se apliquen, esas palabras son suficientes para culpar a alguien de algún suceso nefasto en su vida. La diferencia entre los sucesos nefastos es la que hace de este tema algo interesante para el análisis.

Caso nefasto 1: Él camina sobre una barda para ganar una apuesta; se cae y se fractura una pierna. Veredicto: Se lo buscó por arriesgarse sin necesidad.

Caso nefasto 2: Ella toma más de 5 copas en una fiesta y al otro día tiene vómito y dolor de cabeza. Veredicto: Se lo buscó por abusar del alcohol.

Caso nefasto 3: Él camina sobre una barda porque un grupo de bullies lo reta a hacerlo; se cae y se fractura una pierna. Veredicto: No se lo buscó porque estaba bajo presión de un grupo que busca dañarlo de un modo u otro.

Caso nefasto 4: Ella toma más de 5 copas en una fiesta, un par de amigos se aprovechan de su borrachera y abusan sexualmente de ella. Veredicto: No se lo buscó, nadie tiene derecho a sacar provecho del estado etílico de una persona.

Las situaciones pueden ser las mismas, sin embargo, el resultado puede depender o no, del afectado. Lo que regularmente no cambia, es la percepción de la sociedad al respecto y para los cuatro casos el veredicto es: “Se lo buscó”; y es que nuestro juicio cuando se refiere a una conducta reprobable es normalmente negativo. Esta doble agresión es tristemente evidente hacia las mujeres.

Se considera que las mujeres deben vivir bajo las reglas establecidas por los hombres y como mencioné en una publicación previa, esas reglas están pensadas a favor del sexo masculino. Si una mujer toma, es culpable de lo que le pase, si una mujer usa faldas cortas, blusas escotadas o telas trasparentes, es culpable de lo que le pase, si una mujer es infiel tiene la culpa, si una mujer es acosada es su culpa, etc., etc.

Es todos estos casos se acusa a la mujer de no comportarse como le dijeron. Por supuesto, el hombre que saca provecho de esas situaciones, es un chingón y entre ellos se defienden a muerte.

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Lo más insólito es que las mujeres son quienes educan de esa forma a hijos y a hijas. De verdad a ratos somos nuestras peores enemigas, nos atacamos y degradamos de tal forma que propiciamos el mantenimiento de estas ridículas y violentas conductas hacia nosotras. Estamos en constante competencia y a la menor provocación justificamos la agresión y el: “se lo buscó” es la forma más común de reducir a la otra a una categoría inferior a la nuestra.

Solitas nos subimos a la pasarela y nos metemos el pie. Es indispensable empezarnos a defender entre mujeres, el ataque de una a la otra es malo para ambas partes y no, no nos hace más atractivas a los hombres ni más santas, ni mejores.

El machismo es también un producto de manufactura femenina y es más fácil acabar con él desde nuestra trinchera. Debe haber solidaridad entre nuestro género, por ello les digo:

Chicas, no compartan memes denigrantes para las mujeres, no se burlen de las desgracias de otras, no usen peyorativos en femenino (nena, puta, fácil, zorra, dejada, etc.), no compitan por un hombre, cuídense una a la otra, no eduquen machos ni mujeres sumisas.

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¿Cómo hacer a un bully? Guía práctica de disuasión.

Más que una pregunta teórica esta es una realidad a la que debemos dar una respuesta satisfactoria. Ya comenté, en una publicación previa, cómo el problema del acoso escolar involucra a toda la comunidad, pero es innegable que los más involucrados son la víctima y el victimario.

La situación del niño o niña acosado requiere de atención inmediata y de protección, ya que son muy vulnerables a sufrir nuevas agresiones. Esto nos enfrenta a la necesidad de acabar con el ciclo de violencia y acoso, pero no siempre significa castigar al agresor. De preferencia hay que cerrar la línea de producción de bullies.

Los infantes que enarbolan la bandera del acoso no nacieron así, ellos son resultado de la educación de sus familias y de la comunidad a la que pertenecen. El Dr. Garbarino en su libro: “Lost boys” (Niños perdidos), hace un análisis de más de 20 años de trabajo con niños en prisiones de los Estados Unidos (2). Una de sus conclusiones es que los chicos infractores han delinquido como una forma de supervivencia y adaptación al medio en el que viven y otra de ellas, quizás la que más importante se me hace, es que el castigo no ha dado resultados positivos en la rehabilitación de estos chicos.

Yo no comulgo con este concepto del castigo aplicado a la educación, cuando se hace algo, lo que sea, el resultado es una consecuencia y como tal debe ser tratada. Las acciones derivadas del comportamiento llevan implícitas una “cuota”; a veces a favor, otras en contra. El asumir ese costo debería ser algo natural, pero muchas veces los padres de familia creemos estar protegiendo a nuestros hijos al ayudarles a evitar las consecuencias de sus actos. Cuando hacen algo positivo, se les celebra, cuando hacen algo negativo se les reprende o bien se ajustan los resultados para “darles chance”.

Supongamos que nuestro vástago dijo una mentira por no haber llevado la tarea; la maestra nos llama y reaccionamos como mejor podemos, pero no olvidemos que:

Justificar al hijo frente al maestro para después regañarlo en privado no sirve, regañar al hijo frente al maestro no sirve, apoyarlo a que se salga con la suya no sirve, regañar al maestro por levantarle falsos al infante no sirve.

Si aprovechamos el evento como una oportunidad para el diálogo, el aprendizaje y la confianza podremos obtener resultados con un valor agregado a largo plazo. Una guía de lo que el padre de familia podría decir es:

“Me llamó tu maestra porque al parecer le dijiste una mentira por no haber llevado tu tarea, ¿tuviste algún problema para hacer la tarea? / Mentir no va a solucionar el problema, sólo te va a causar otros, me parece que debes hacer algo para disculparte con tu maestra, ¿qué se te ocurre? / A mí se me ocurre que le puedes hacer una carta explicando la verdadera razón por la que no hiciste la tarea y ofrecer una disculpa, puede ser también un dibujo, una tarjeta o decirlo en persona, como tú te sientas mejor. / No estoy enojado contigo, pero me preocupa que si tienes un problema sientas que estás solo y no busques ayuda. / Yo aquí estoy para lo que necesites y si te parece todos los días te puedo preguntar si quieres que te ayude.”

Una reacción de este tipo cuando nuestros hijos cometen una falta por primera vez, no sólo los ayuda a salir adelante del problema, sino que los hace responsables de sus actos, los hace sentir queridos y escuchados, les da alternativas de solución a los conflictos, les enseña a disculparse por haber hecho algo indebido y los convierte en personas asertivas.

A los niños que acosan a los demás no se les debe dejar fuera de la resolución del conflicto porque ellos son otro tipo de víctimas, aun el niño o la niña que vive en buena posición social sufre las consecuencias de unos padres que ningunean a cualquiera y dan ejemplo de prepotencia y de acoso. Darle todo a los hijos es otra forma de maltrato y es una fórmula muy confiable para hacer de nuestra progenie un bully con todas las de la ley.

En el libro “The Bully, the bullied and the bystander”, la autora clasifica a las dos familias generadoras de acosadores. Haciendo una analogía con las paredes, la primera familia es la “Pared de ladrillo” (¿qué dirá don Roger Waters?), dichas familias no toleran ninguna desviación a la norma establecida por el jefe de familia, puede ser la madre o el padre. En ellas la única salvación es pasar desapercibido y alinearse del lado de la figura en el poder para no salir tan golpeado, las opiniones de los hijos son ignoradas, menosprecian a los otros miembros de la familia y los humillan. Los hijos de estas familias repiten el patrón aprendido como forma de dominación y para buscar la aceptación de un grupo en el que la intolerancia y la violencia se premian.

El otro tipo de familia es todo lo contrario, la familia “medusa de mar”, en ella los padres pueden no saber qué hacer con los hijos, les tienen miedo y no saben marcar límites que les permitan dar estructura, se van por el lado de las amenazas, castigos, chantajes; dejarlos sin cenar, prohibirles usar la computadora, tirar sus juguetes y al otro día todo como si nada, se levanta el castigo sin siquiera mencionarlo. Otra variante de esta misma familia es la que en hay abandono físico o psicológico del infante, ya sea por desconocimiento o por algún problema de drogas o enfermedad, el padre se centra solamente en él. Pueden ser buenos proveedores materiales, pero no hay apego ni muestras de amor. Los hijos de estas familias aprender a mentir y a manipular para conseguir lo que quieren (1).

El trabajo de hacer familias funcionales y asertivas es esencial para aliviar la mayoría de los problemas sociales. Los hombres y mujeres con hijos de cualquier edad tienen la obligación de educarse para ser mejores padres, no se vale sacar el orgullo y decir: “A mí me vale gorro y nadie me dice qué hacer”, ni hacerse guaje y dejar que sea lo que tenga que ser (así con muchos “que”).

Espero haber dejado sembradas las ganas de leer estos dos magníficos libros, creo que ya existe versión en español de “Lost boys”.

Bibliografía:
  1. Coloroso B. (2008). The Bully, The Bullied and The Bystander. HarperCollins e-books. Estados Unidos; pp; 75-90.
  2. Garbarino J. (1999). Lost Boys. Why Our Sons Turn Violent and How We Can Save Them. The Free Press, New York.
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Lo que no se quiere ver pero ahí está.

Pocas personas podrán estar en desacuerdo con la sensación de tristeza, enojo y desamparo que tiene uno después de ver las noticias. Contradictoriamente, parecemos estar ávidos de consumir noticias sobre las desgracias humanas, no importa dónde sucedan, entre más crudas más tiempo pasan en las primeras planas y ahora con la posibilidad de demostrar solidaridad con un hashtag, en minutos el mundo sufre con las víctimas y con las naciones afectadas.

El volumen del sufrimiento es directamente proporcional al tamaño de la desgracia y a la cercanía que tengamos con la situación.

Quienes nacimos y vivimos en la Ciudad de México somos más susceptibles cuando hay un terremoto, los neoyorquinos son, casi sin duda, muy solidarios en caso de ataques terroristas masivos.

Nuestro infortunio y solidaridad disminuyen junto con el volumen de la cobertura en medios noticiosos y redes sociales. Esto es normal dado que las emergencias también tienen un ciclo de vida y llega un momento en el cual la reconstrucción se puede estancar por meses y otros temas se vuelven más relevantes. Si se trata de una guerra ya hasta se pasan por alto y se da por hecho que gente va a morir. En lo que va del 2016, las tragedias humanas a nivel local y mundial han sobrepasado la cantidad de encabezados disponibles.

¿Hace daño ver noticias violentas?

Varias personas me han preguntado esto o ha sido tema de conversación en reuniones sociales. Yo no considero que ser testigo del sufrimiento humano haga mal, para mí el daño viene de la indolencia hacia esas noticias.

Hace dos días vi el video del rescate de una niña de unos 3 o 4 años de edad de entre las ruinas en la ciudad de Aleppo en Siria, en el marco de una fallida tregua de menos de una semana. No sé cómo hicieron para encontrarla, el edificio donde estaba enterrada estaba derruido, ignoro qué era antes, pero en ese momento no era más que polvo y piedra. La niña se encontraba totalmente aprisionada, no había hueco ni espacio entre ella y el cascajo. Los hombres empezaron a cavar con las manos y a liberarla; primero su cabeza, luego un brazo y así hasta que salió. Ignoro cuánto tiempo les tomó, ella lloraba y los hombres hablaban el lenguaje universal de la desesperación. Al final del video me puse a llorar, esa mezcla de alivio al verla salir y el dolor de saber que la llevan a un hospital o a un refugio que tal vez sea bombardeado al día siguiente.

¿Me hizo daño?

No.

Me indignó, como me indignan los asesinatos de mujeres en mi país, los desaparecidos, los muertos por su color o ideología y sobre todo y por encima de todo, los líderes y gobernantes culpándose unos a otros con el eterno “quién arrojó la piedra primero” o justificando su inacción con la famosa declaración de: “El ajuste de cuentas”.

No se trata de verlo todo, hay imágenes que lo pueden acompañar a uno hasta la tumba, pero sí es importante saber y estar al tanto, qué más hubiera querido yo que abrazar a esa niña y traerla a vivir conmigo, quitarle el polvo y las heridas, prometerle que nada malo le va a pasar. Eso no me es posible, pero sí puedo proteger a mis hijas y a mí misma, elegir a mis gobernantes después de haberlos escuchado y cuestionado, no usar drogas, no robar, no humillar, no burlarme de los errores filmados y compartidos al instante para acabar con la vida pública y privada de alguien.

Hay que educarse y educar, hay que leer, hay que informarse. Yo lo hago por los miles de seres vivos que sufren y mueren inútilmente a diario. Haz tu parte.

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