Más que una pregunta teórica esta es una realidad a la que debemos dar una respuesta satisfactoria. Ya comenté, en una publicación previa, cómo el problema del acoso escolar involucra a toda la comunidad, pero es innegable que los más involucrados son la víctima y el victimario.
La situación del niño o niña acosado requiere de atención inmediata y de protección, ya que son muy vulnerables a sufrir nuevas agresiones. Esto nos enfrenta a la necesidad de acabar con el ciclo de violencia y acoso, pero no siempre significa castigar al agresor. De preferencia hay que cerrar la línea de producción de bullies.
Los infantes que enarbolan la bandera del acoso no nacieron así, ellos son resultado de la educación de sus familias y de la comunidad a la que pertenecen. El Dr. Garbarino en su libro: “Lost boys” (Niños perdidos), hace un análisis de más de 20 años de trabajo con niños en prisiones de los Estados Unidos (2). Una de sus conclusiones es que los chicos infractores han delinquido como una forma de supervivencia y adaptación al medio en el que viven y otra de ellas, quizás la que más importante se me hace, es que el castigo no ha dado resultados positivos en la rehabilitación de estos chicos.
Yo no comulgo con este concepto del castigo aplicado a la educación, cuando se hace algo, lo que sea, el resultado es una consecuencia y como tal debe ser tratada. Las acciones derivadas del comportamiento llevan implícitas una “cuota”; a veces a favor, otras en contra. El asumir ese costo debería ser algo natural, pero muchas veces los padres de familia creemos estar protegiendo a nuestros hijos al ayudarles a evitar las consecuencias de sus actos. Cuando hacen algo positivo, se les celebra, cuando hacen algo negativo se les reprende o bien se ajustan los resultados para “darles chance”.
Supongamos que nuestro vástago dijo una mentira por no haber llevado la tarea; la maestra nos llama y reaccionamos como mejor podemos, pero no olvidemos que:
Justificar al hijo frente al maestro para después regañarlo en privado no sirve, regañar al hijo frente al maestro no sirve, apoyarlo a que se salga con la suya no sirve, regañar al maestro por levantarle falsos al infante no sirve.
Si aprovechamos el evento como una oportunidad para el diálogo, el aprendizaje y la confianza podremos obtener resultados con un valor agregado a largo plazo. Una guía de lo que el padre de familia podría decir es:
“Me llamó tu maestra porque al parecer le dijiste una mentira por no haber llevado tu tarea, ¿tuviste algún problema para hacer la tarea? / Mentir no va a solucionar el problema, sólo te va a causar otros, me parece que debes hacer algo para disculparte con tu maestra, ¿qué se te ocurre? / A mí se me ocurre que le puedes hacer una carta explicando la verdadera razón por la que no hiciste la tarea y ofrecer una disculpa, puede ser también un dibujo, una tarjeta o decirlo en persona, como tú te sientas mejor. / No estoy enojado contigo, pero me preocupa que si tienes un problema sientas que estás solo y no busques ayuda. / Yo aquí estoy para lo que necesites y si te parece todos los días te puedo preguntar si quieres que te ayude.”
Una reacción de este tipo cuando nuestros hijos cometen una falta por primera vez, no sólo los ayuda a salir adelante del problema, sino que los hace responsables de sus actos, los hace sentir queridos y escuchados, les da alternativas de solución a los conflictos, les enseña a disculparse por haber hecho algo indebido y los convierte en personas asertivas.
A los niños que acosan a los demás no se les debe dejar fuera de la resolución del conflicto porque ellos son otro tipo de víctimas, aun el niño o la niña que vive en buena posición social sufre las consecuencias de unos padres que ningunean a cualquiera y dan ejemplo de prepotencia y de acoso. Darle todo a los hijos es otra forma de maltrato y es una fórmula muy confiable para hacer de nuestra progenie un bully con todas las de la ley.
En el libro “The Bully, the bullied and the bystander”, la autora clasifica a las dos familias generadoras de acosadores. Haciendo una analogía con las paredes, la primera familia es la “Pared de ladrillo” (¿qué dirá don Roger Waters?), dichas familias no toleran ninguna desviación a la norma establecida por el jefe de familia, puede ser la madre o el padre. En ellas la única salvación es pasar desapercibido y alinearse del lado de la figura en el poder para no salir tan golpeado, las opiniones de los hijos son ignoradas, menosprecian a los otros miembros de la familia y los humillan. Los hijos de estas familias repiten el patrón aprendido como forma de dominación y para buscar la aceptación de un grupo en el que la intolerancia y la violencia se premian.
El otro tipo de familia es todo lo contrario, la familia “medusa de mar”, en ella los padres pueden no saber qué hacer con los hijos, les tienen miedo y no saben marcar límites que les permitan dar estructura, se van por el lado de las amenazas, castigos, chantajes; dejarlos sin cenar, prohibirles usar la computadora, tirar sus juguetes y al otro día todo como si nada, se levanta el castigo sin siquiera mencionarlo. Otra variante de esta misma familia es la que en hay abandono físico o psicológico del infante, ya sea por desconocimiento o por algún problema de drogas o enfermedad, el padre se centra solamente en él. Pueden ser buenos proveedores materiales, pero no hay apego ni muestras de amor. Los hijos de estas familias aprender a mentir y a manipular para conseguir lo que quieren (1).
El trabajo de hacer familias funcionales y asertivas es esencial para aliviar la mayoría de los problemas sociales. Los hombres y mujeres con hijos de cualquier edad tienen la obligación de educarse para ser mejores padres, no se vale sacar el orgullo y decir: “A mí me vale gorro y nadie me dice qué hacer”, ni hacerse guaje y dejar que sea lo que tenga que ser (así con muchos “que”).
Espero haber dejado sembradas las ganas de leer estos dos magníficos libros, creo que ya existe versión en español de “Lost boys”.
Bibliografía:
-
Coloroso B. (2008). The Bully, The Bullied and The Bystander. HarperCollins e-books. Estados Unidos; pp; 75-90.
-
Garbarino J. (1999). Lost Boys. Why Our Sons Turn Violent and How We Can Save Them. The Free Press, New York.