Estar en desacuerdo con los hijos es duro de manejar. Se supone que los padres somos guía y modelo para ellos a lo largo de la vida, durante la infancia es más o menos sencillo imponer las reglas del juego familiar, pero conforme los hijos e hijas se adentran en las relaciones sociales los puntos de vista van cambiando y llega el momento de irle al otro equipo en el clásico de fútbol.
Hay diferencias esperadas y sencillas de procesar como los gustos musicales, la ropa, los deportes favoritos etc. Cuando las tensiones crecen ya estamos hablando de religión, política, ética y en general los temas en donde la libertad de expresión y de libre albedrío confrontan a los padres con el plan que tenían para los hijos.
¿Es un fracaso si los hijos “nos salen diferentes a uno”?
La respuesta en mi humilde opinión es no. Ser fotocopia de mamá o de papá es imposible y yo diría indeseable.
En primer lugar, sería de una vanidad increíble suponer que nosotros tenemos la verdad acerca de la vida. Habiendo tantos caminos a elegir la repetición de las decisiones previas significaría un retroceso. Si ya de por si somos especialistas en tropezar con la misma piedra varias veces, imaginen a nuestros hijos heredar esos obstáculos y verlos caer irremediablemente en ellos.
En segundo lugar, nosotros como personas podemos ser profundamente deficientes en materia de vida. Pongamos como ejemplo a padres y madres adictos a una droga, involucrados en actividades ilícitas, promotores de violencia, deshonestos, crueles o represores. Ahí el ejemplo llevaría a los hijos por una ruta de problemas con consecuencias sociales, personales y legales graves.
Lo peor es que el ejemplo (malo y bueno) sí se repite en los hijos, por ahí está el consabido “De tal palo tal astilla” y lo aceptamos como irremediable. Cuando pienso en mi vida y en mis decisiones veo que el balance sube y baja entre lo acertado y lo errado cada día; para dar ejemplo debo hacer corte de caja muy seguido.
Yo espero ver en mis hijas los frutos sus propias decisiones y la capacidad de asumir las consecuencias de ellas; positivas o negativas. Si ellas copiaran cada uno de mis pasos les sería muy fácil culparme por sus errores: “No te quejes que tú fuiste igual”, “Ni me digas nada porque tú también le pusiste el cuerno”, “¿Qué esperabas si tú me educaste?”.
Por supuesto que a todos nos ha pasado por la cabeza justificar nuestras acciones en nuestros padres o abuelos, al hacerlo nos libramos del juicio propio y ajeno dejándonos flotar en la corriente de la conformidad; nos lleve a donde nos lleve.
Hay ejemplos de vida dignos de ser emulados: respeto, civilidad, responsabilidad, buen humor, cuidado de la salud, amor a la naturaleza y muchos otros. La probabilidad de inculcarlos a nuestros hijos es mayor cuando desde temprana edad les permitimos decidir y asumir las consecuencias. Los niños pequeños no buscan estar en contra de los padres, ellos sólo exploran y miden la confianza que pueden tener en las personas a su cargo. Permitir a un hijo equivocarse o diferir en su punto de vista lleva implícito el amor y el apoyo que le tenemos. El mensaje es claro: “Yo te amo por quien eres, no por ser como yo quiero que seas”.
Si panean tener hijos o si ya los tienen comiencen a practicar el respeto y la celebración de las diferencias, de ahí van a surgir los espacios de comunicación necesarios para generar un debate saludable y crear relaciones en donde el chantaje sea menos frecuente y la familia crezca como un jardín multicolor en vez de un pasto podado parejito.